WLw os economistas que buscan comparaciones entre la actual crisis económica y otros episodios anteriores de recesión difieren sobre la altura que alcanzará la riada, pero todos coinciden en que estamos, como corresponde a una sociedad hiperinformada, ante la coyuntura negativa más mediática de la historia, con las consecuencias psicológicas que ello acarrea.

El ciudadano medio de este país se levanta con noticias sobre el índice Nikkei; poco después escucha tertulias en radio y televisión, que estos días tienen un inequívoco aroma catastrofista; lee titulares de prensa muchas veces alarmantes; más adelante es avisado de cómo ha abierto la Bolsa de Madrid...

Es decir, se genera un gran volumen de información y de opinión sobre la situación económica que padece actualmente el mundo, algo que indudablemente va marcando un estado de ánimo colectivo, que incide en la situación real porque repercute en las decisiones sobre consumo cotidiano.

Es en estos momentos cuando los medios de comunicación tenemos la obligación social de medir muy bien los contenidos, porque la información y la opinión se convierten en agentes activos de la crisis. Hacer evaluaciones certeras de una realidad convulsa, sin ocultar nada de lo que está pasando, es compatible con la necesaria actitud de serenidad cuando existe un público asustado y, en general, poco experto en el lenguaje de las finanzas.

Es decir, cuando existe un caldo de cultivo que es apto para que se desaten determinadas reacciones generales de pánico, es muy importante la precisión en los datos y la templanza en los análisis.

Y esta cuestión resulta especialmente importante cuando se trata de hablar del sistema financiero, pues, en definitiva, la actividad de los bancos y de las cajas de ahorro descansa en la confianza del público que tiene depositado su dinero en esas entidades.

No hay ningún motivo en España para que esa confianza decaiga y se dé paso a reacciones histéricas. Es más, disfrutamos de un sistema financiero sólido. Ningún banco o caja españoles se han tambaleado y no hay precedentes históricos de quiebras en las que los depositantes de ahorros hayan sido perjudicados. Pero la rumorología sobre la situación de determinados bancos tiene ahora en internet un altavoz de enormes proporciones.

Más que nunca en la historia, estamos expuestos a la acción de desaprensivos o a campañas desleales. De igual modo que pedimos a los partidos políticos, a las patronales y a los sindicatos que arrimen el hombro frente a la crisis, los medios de comunicación tenemos en esta coyuntura económica que ahora atravesamos una extraordinaria responsabilidad.