Escritor

Cien kilos de caramelos fabricados en Almendralejo van a salir en breve con destino a Diwaniya. De igual modo podían haber salido cien kilos de jamón serrano o cien kilos de chuletas de cordero, porque de lo que se trata es de paliar necesidades urgentes y de hacer que el ruido de los maxilares camuflen el macabro estruendo de las explosiones y de los gritos de los fanáticos que reclaman voluntarios que vayan por ellos al cielo de los mártires. Pero a nosotros esos cielos nos quedan a contramano y preferimos mandar caramelos con los que se enmoste el cielo de la boca de los niños iraquís, que será un recuerdo que se les pegue al paladar del alma y que les acompañe hasta la vejez, si es que tienen la suerte de que les dejen llegar tan lejos.

Cien kilos de caramelos, tomados así, de uno en uno, como en el poema de León Felipe, son como polvo, no son nada; y sin embargo lo son todo. Aunque halla quien entienda este gesto como una obscenidad, quien piense que mandar golosinas en medio de tanta miseria es una fruslería; pero, sin embargo, cien kilos de caramelos significan el esfuerzo de muchas personas apuntando en una sola dirección: buscar la sonrisa de unos niños que han tenido la desventura de nacer en un mundo de cafres, aunque sea una sonrisa condenada a la caries.

Cien kilos de caramelos son una metáfora que sólo puede ocurrírsele a un pueblo lírico y pragmático como Almendralejo, que sabe que el truco para hermanar a los pueblos no son las bombas ni los dioses, ni siquiera la alta diplomacia, sino anestesiarle a los niños el dolor con caramelos como estos nuestros, paralelepípedos gigantes que te aflemonan la cara y duran más que la glotonería y los resentimientos. Cien kilos de caramelos, no hay dinero para más.

El cargamento de caramelos llegará a Diwaniya el mismo día que el embajador español en Washington estrene casa diseñada por Moneo y decorada por Pascual Ortega, cuyo importe asciende a mil setecientos millones de pesetas. Casi al unísono que en algún despacho de Madrid aterriza la factura de los gastos ocasionados por cerrar la pista de hielo Xanadú durante un fin de semana para que la futura reina de España aprenda aceleradamente a esquiar. Casi al mismo tiempo que los muros de la patria mía se rebozan de papeles electorales. Casi al mismo tiempo de tantas cosas innecesarias...

Todo esto lo saben las gentes de Almendralejo, pero hacen como que no ven, como que no se enteran, como si la mezquindad de los otros no fuera con ellos y prefiriesen seguir a lo suyo, arremangados hasta los hombros en su cotidianidad, empecinados en las tareas que en verdad importan, como esa de bombardear la infancia de caramelos, de cien kilos de caramelos para ser exactos, que como les dé a todos los niños iraquíes por rechupetearlos al mismo tiempo puede que ocurra el milagro y que el clamor del rechupeteo llegue a los cielos y sirva para calmar las iras de Alá y del dios de Bush, sea éste cual sea. Aunque bien me temo que el nombre que mejor le cuadra a ambos dioses sea Dólar , que es un caramelo de oro que deja en la boca un regusto amargo a petróleo y a infancia pisoteada.