A medida que avanza la transición entre la vieja y la nueva política, se va consolidando la idea de que el nombramiento de cargos políticos es uno de los cánceres de nuestra democracia. El título polisémico de este artículo alude a una realidad con doble perspectiva: la sucesión de cargos con que algunos componen en exclusiva su vida laboral, y la esclavitud a que ello les somete.

Recientemente se ha escuchado (María Dolores de Cospedal, Susana Díaz) que no pasa nada porque se acumulen altísimas responsabilidades institucionales con altísimas responsabilidades de partido. Los españoles que trabajan ocho horas, que atienden las tareas domésticas y que, en muchísimos casos, tienen ocupaciones complementarias (formación, cuidados familiares, pluriempleos, etcétera, etcétera), se preguntan cómo puede ser que si ellos no llegan a todo, les resulte posible a quienes acumulan tan altos encargos públicos y políticos.

Las respuestas posibles son pocas: primera, que mienten, es decir, que no se pueden compatibilizar; segunda, que los sueldos son comparativamente tan astronómicos que las responsabilidades complementarias (fregar el suelo, cuidar de los hijos, limpiar el polvo o hacer la compra) las tienen delegadas previo pago, es decir, que no pertenecen, ni de lejos, a su misma clase social; la tercera, que es posible que las compatibilicen, pero ejerciéndolas de forma defectuosa o irresponsable; la cuarta, que en esos cargos se trabaja más bien poquito. Cualquiera de estas conclusiones (ciertas o no), genera una pésima imagen de la política como servicio público.

El párrafo anterior hace referencia a la acumulación de cargos en una misma persona que varios partidos políticos han prometido eliminar, aunque aún estamos esperando a que alguno lo cumpla. Además del impacto en la ciudadanía, provoca endogamia política: al concentrar los cargos en pocas personas, se reduce el número de españoles que acceden a las instituciones; si se prohibiera por ley, miles de personas llegarían por primera vez a la política de forma inmediata para poder cubrir las vacantes.

La concentración de cargos es el componente sincrónico del problema: varios cargos para una persona al mismo tiempo. Pero el componente diacrónico es, si cabe, aún más grave: una sola persona encadenando cargos uno tras otro a lo largo del tiempo, llegando a casos extremos en los que desde la adolescencia hasta la jubilación no se han dedicado a ninguna otra cosa.

La consecuencia más seria de ese encadenamiento progresivo es que se cierra el acceso al oxígeno en las instituciones; si eso es grave en la perspectiva sincrónica (aquí y ahora), mucho más lo es cuando se prolonga a lo largo de décadas, como ha ocurrido con la generación-tapón de la Transición, que ha impedido la regeneración del poder político en España. El malestar se multiplica cuando la ciudadanía se acostumbra a escuchar los mismos apellidos, porque algunos de esos políticos eternos se retiran y les sustituyen los hijos, las hermanas, los sobrinos o las nietas. Entonces, un problema del siglo XXI apesta al caciquismo mafioso del siglo XIX.

Otro de los efectos perversos de los cargos encadenados es que llega un momento en sus vidas en que, sin formación en muchos casos y sin experiencia profesional casi siempre, su capacidad de encontrar un empleo que les permita mantener su nivel de vida se reduce casi a cero, a no ser utilizando las puertas giratorias. Si las usan, ya sabemos lo que pensará la ciudadanía, y si no lo hacen, estarán dispuestos a todo para jubilarse en política, impidiendo así la renovación de sus partidos, la evolución de las instituciones y el progreso social.

No tengo espacio para enumerar y analizar todos los problemas que esta cuestión genera en nuestra sociedad. Solo añadiré lo que es obvio: esas personas que se atan a la política para vivir de ella acaban teniendo como prioridad su supervivencia, crean un subgrupo endogámico dentro de las instituciones cuyo objetivo es impedir el empoderamiento de todo lo que hay fuera de su círculo y, así, se convierten en enemigas del cambio social.

Y fíjense si es un tema gangrenado y actual, que ese grupo de políticos que en España llamamos «casta» y en Estados Unidos llaman establishment, ha provocado la ruptura del sistema político español y el acceso de Trump al poder. Eso, de momento. Cualquier liderazgo político que se pretenda renovador, deberá comprometerse a romper esas cadenas de cargos encadenados que al final nos encadenan a todos.

* Licenciado en Ciencias de la Información