La tempestad política originada por el error de Carod-Rovira tiene muchos matices, entre ellos el periodístico, que es el que más me interesa.

Como ocurre casi siempre, la tormenta empezó a raíz de una información aparecida en uno de los diarios más sólidos de este país, el conservador Abc.

La historia del periodismo está plagada de seudónimos. Firmar con seudónimo es una licencia permitida. En algunos países se utiliza para salvar el pellejo, y en otros para dar ideas sin dar la cara. La firma con seudónimo de la información de Abc el pasado lunes sobre el viaje de Carod es para mí motivo de reflexión.

El seudónimo era Jesús Molina. Hay quien ya ha relacionado la firma de Molina con la del director del diario, José Antonio Zarzalejos, hermano de Francisco Javier Zarzalejos, secretario general de la Presidencia y antiguo negociador con ETA. Sin entrar en si Zarzalejos escribió o no el artículo, no deja de ser chocante que una información de este calibre fuera firmada con seudónimo. La firma de Jesús Molina, más allá de la lícita intención de su autor, abre una serie de especulaciones sobre la procedencia de la filtración que resta valor a la exclusiva y resta fuerza, no sólo a Abc, sino al papel de los diarios. Y es evidente que todas las filtraciones tienen una intención previa y un objetivo. Son los periodistas quienes deben decidir qué información se transmite o se frena. Ese poder conlleva una responsabilidad: ser lo más transparente posible.