Lo peor del caso --o lo mejor, pues todo depende de las lentes que uno se ponga-- es que todos tienen razón y ambas posturas admiten comentarios a favor y en contra, comprensión hacia ellas y denotación pura y dura de que se trata de sendos ardides de la mente, siempre determinada a un deterioro de todo lo que une, no de lo que separa. ¿Cómo? Pues según soplen esos vientos que llaman de la Historia o lo hagan los de la afectividad humana, siempre en espiral, siempre arrebatados, ambos dependientes de emociones que se pretenden individuales y que, sin embargo, suelen ser colectivas.

Tienen razón los ediles del PP del Principado que votaron a favor del reconocimiento de Santiago Carrillo como hijo predilecto de Gijón, claro que sí. Pero no es menos cierto que tampoco les falta a los que se ausentaron. Incluso Carrillo tiene razón cuando tercia y certifica que, con esa mentalidad, es "muy difícil hacer prosperar a España". Claro que tiene razón. Aunque la pierda cuando considera un elogio "que los que han luchado contra la libertad del pueblo español y los que han tiranizado 40 años este país, me consideren un adversario", pues "me daría vergüenza todo lo contrario".

Carrillo hizo un favor inmenso al asentamiento de la convivencia entre españoles inmolando en el ara de la democracia al partido que, durante esos 40 años, más luchó por hacerla llegar. Solo por eso merecería ser hijo predilecto de Gijón y adoptivo de muchos otros lugares. Pero ese merecimiento se devalúa cuando recurre a la vieja cantinela --esa que necesariamente debe ser superada-- de recordar los 40 años de dictadura e identificar como sus herederos a quienes no le aplaudan porque ellos podrán recordarle las orillas del Jarama y siempre podremos estar a punto de empezar de nuevo. Encontrar y darle el punto a las cosas, retirándolas del fuego, no solo es importante a la hora de cocer el pulpo, sino también a la de preparar el colectivo menú de la democracia que a todos debe contentar; la democracia, esa especie de jamón de cinco jotas en el que hay que estar siempre hundiendo el hueso que nos permita adivinar sus interiores y constatar, oliendolo según abandone la oscuridad en la que se adentró, para catar su buen estado.

Lo que hasta aquí se ha escrito, incluida la cala realizada en el jamón, pudiera decirse de modo menos críptico, es cierto, pero ¿creen que sería necesario? En la democracia española han surgido, en estos 30 años, escollos que hace ese tiempo se ofrecían como balizas: la ley electoral, la de partidos, las listas abiertas, la judicatura, y aun otras instituciones y realidades que sería prolijo enumerar, pero que no por ello dejan de estar necesitadas de enmiendas y reformas --la propia Constitución lo está-- al tiempo que algunos presentidos escollos han resultado ser balizas; léase, por ejemplo, las que constituyen las Fuerzas Armadas.

XAL TIEMPOx que esto ha sucedido, una nueva realidad social reclama de nosotros actitudes y compromisos que sucesos y consideraciones como los resultantes de lo aconteci do en Gijón ayudan a posponer implicando un peligro, aún latente, que poco a poco se ha de manifestar de forma más denodada. Hace pocos meses, en vez de meter en la cárcel o expulsar del territorio democrático a quienes amenazaron gravemente a los dueños de una discoteca porque su nombre hería su sensibilidad religiosa, se optó por cambiarle el nombre al local y aparentar que todos quedaban tan contentos.

Hace unos pocos días, un profesor de La Línea de la Concepción fue denunciado por hablar del jamón en clase hiriendo de esa forma más que notable la misma sensibilidad de un alumno. No se trata de una broma. Resuelto del mejor modo posible el incidente, se imaginan la que se podría organizar si, debidamente excitada la sensibilidad colectiva, se empezase a requerir la expulsión de todos aquellos que sienten excitada la suya por un quítame allá ese velo o esa poligamia, cuando un simple comentario sobre el jamón origina el tacón organizado.

No es una broma, no son sucesos aislados. La secuencialidad en las denuncias permite considerarlo así y llegará un momento en el que, como ya sucede en Francia, tengamos seis millones de votantes musulmanes. ¿Cuántos tenemos ya? ¿Tendremos entonces los mismos recursos democráticos que los franceses? ¿Sabremos utilizarlos a fin de proteger nuestro modo de ocupar el mundo, nuestra cultura, o seguiremos esclavizados por esta especie de mojigatería democrática que nos entretiene e inutiliza? Es de de desear que sí. Por eso también lo es que, de una bendita vez, dejemos atrás incidentes como los de Gijón y razonamientos como los allí renacidos. El del jamón y la discoteca son dos ejemplos jocosos e incluso inapropiados, pues alrededor de ellos hay otros afines mucho más preocupantes. Pero son denotadores de que si no estamos sabiendo hacerles frente en la conveniente y democrática medida, quepa preguntarse qué pasará Escr mitoár.s adelante.