TStoy de los que piensan que la televisión emite los programas que demandamos los televidentes, de hecho, si un programa nuevo no alcanza el índice de audiencia deseado durante las tres o cuatro primeras emisiones, desaparece. Lo malo es que la mayoría de los programas que suelen perdurar tienen un contenido más bien insulso, que muchas veces tiende a lo soez y a lo grotesco.

El ente televisivo es un ser al que, ficticiamente, lo podríamos comparar con un pulpo cuyos brazos, con apéndices paralizantes, son las emisoras, que intentan atraparnos e inyectarnos una dosis balsámica que nos retenga frente a la pantalla el mayor tiempo posible. Y lo cierto es que sus dosis atontadoras las elegimos los televidentes. O sea, que de tal pueblo, tal televisión

Sería injusto por mi parte no dejar escrito que no todas las emisoras son meros medios difusores de programas anodinos, cuya audiencia, por otro lado, suele ser generosa. Existen también emisoras que constantemente nos recuerdan que en la vida no sólo existe el chismorreo, la tontuna, la estupidez y la insustancialidad. Que intentan demostrarnos que es más interesante, por ejemplo, un documental donde se muestra la vida del buitre carroñero de Monfragüe, que un documental donde se cuentan las proezas de un depredador robabesos de sesentonas dispuesto a ser despedazado por una manada de periodistas --o lo que sean-- carroñeros. Pero parece ser que esto último interesa mucho al respetable televidente, y empezamos a tener una población especialmente ilustrada en la vida, obra y milagros de señoritas cazagalanes y señoritos cazafamosas arqueológicas. O sea, que de tal televisión, tal pueblo.

Es por ello que hay quien piensa que es la televisión la que nos acostumbra a los televidentes a ver los programas que el ente desea que veamos. Tampoco les falta razón. El otro día vi un documental sobre tiburones australianos. Estos animales pasan desapercibidos ante los seres humanos, hasta que prueban nuestra carne, que se convierte en un manjar para ellos. Quizá la televisión sea un cíclope de ojo inmenso que a menudo confunde sus ovejas con tiburones australianos a los que ha dado a probar carnaza humana y les ha gustado tanto que les encanta repetir.