Los locos, en general, causamos risa. Nuestros terapeutas nos llevan en grupo a visitar museos, basílicas, palacios, observatorios, como si nosotros tuviéramos algún interés en conocerlos.

Tenemos que ser dulces y hacer lo que nos manden, porque si nos enfadamos no estamos relacionándonos bien, o lo estamos evitando.

Existen amantes de la psicología que buscan nuevas teorías acerca del comportamiento humano, y procuran llevarlas a la práctica en cada uno de nosotros. Al fin y al cabo, tenemos que curarnos.

En los talleres a los que acudimos los más dóciles, asistimos a las exhibiciones de los terapeutas, que nos hacen pintar, bailar, escribir. Quizá todo esto les divierte a ellos más que a nosotros.

Los locos estaremos a prueba toda la vida, en el trabajo, en los clubs sociales, en nuestro entorno familiar, en nuestro vecindario. Si a nuestro profesional de referencia no le gusta nuestra actitud, o cree que le hemos fallado, nos aumenta la dosis de fármacos, y más rellenos y más atontados nos presentamos a otro profesional, y a empezar de nuevo con nuestra historia.

Todo, tal vez, por no haber pagado a tiempo la matrícula de la universidad.