Escritor

Hoy hace una semana se celebraba en Zafra, su ciudad natal, un homenaje a la escritora Dulce Chacón, el primero tras su prematura muerte. No pretende uno hacer la crónica periodística de lo que allí sucedió. Eso ya lo hizo, con la debida solvencia, Ana Holguín para este periódico. Quisiera traer aquí otro relato: el de un testigo parcial, sin duda; el de alguien que cavila en voz alta sobre lo vivido desde un punto de vista necesariamente apasionado.

Convendrá precisar cuanto antes que, así y todo, nadie que asistiera ha mostrado una opinión distinta de la mía. Todos coincidimos en el mismo juicio: fue un acto civil de un alto calado emocional que se organizó de una forma eficaz e impecable. Quienes nos honramos de ser viejos amigos de Luciano Feria y José María Lama, los maestros de ceremonia, y conocemos la relevancia del Seminario Humanístico, sabíamos que la cosa no podía ser de otra manera. A pesar del poco tiempo que tuvieron para prepararlo, apenas unos días, todo funcionó a la perfección. Acertaron para empezar, con el formato, muy ágil.

La música, que lo abrió, y sus tres simbólicos momentos: el inicial, con música de guitarra; el central, con la versión de Presuntos Implicados de Te recuerdo, Amanda y el final, con la interpretación de una pieza de piano. Otro tanto cabe decir de la elección de los textos de Dulce: breves y muy significativos. Bien leídos por escritores locales, dieron una visión certera de su literatura. De su verdadero alcance, debería especificar. Como reveladores y escuetos fueron los testimonios de los escritores y escritoras (hago el distingo para que nadie se enfade), de las amigas y amigos de la autora de Cielos de barro. Y no sólo de ellos: algunos de los mensajes de adhesión recibidos alcanzaron la misma hondura que los escuchados en el Centro Cultural "Santa Marina" en la voz de sus autores. Ni siquiera los discursos institucionales fueron capaces de sustraerse a ese clima de confidencialidad y de cercanía que tuvieron las mencionadas intervenciones. Al fin y al cabo, tanto el presidente de la Asociación de Escritores como el alcalde de Zafra y el consejero de Cultura trataron a Dulce lo suficiente para sentir su muerte como se sufre la de un ser al que se estima.

Con todo, si tuviera que destacar al verdadero protagonista del homenaje (más allá de la extrañada ausente: la escritora muerta) no dudaría en señalar a los ciudadanos de Zafra, al pueblo de Zafra. Uno, que lleva muchos años visitando esa hermosa ciudad del sur, acudiendo a lecturas poéticas o a congresos literarios, no debería extrañarse de esa mayoritaria reacción y, sin embargo, nos pudo por menos que conmoverme. Lo que más me llamó la atención del acto no fue tanto la multitudinaria presencia de público que abarrotaba el salón cuanto su respetuoso silencio: sonó con la elocuencia con que suena aquello que es auténtico porque procede de lo más profundo de nosotros mismos. El dolor contenido brilló en los ojos de la gente cuando intervinieron, para cerrar el acto, sus hermanos: Inma y Antonio. Representaban a su numerosa familia. Una familia, cabe decir, que ha sido capaz de soportar el trance con la misma dignidad y entereza con que Dulce lo hizo.

Inma no sólo es igual que su hermana en el aspecto físico sino que además habla y se ríe como ella. Cuando bajaron los dos del escenario y se fundieron en una largo abrazo al marido y a los hijos supimos que por fin nos despertábamos de un mal sueño: Dulce Chacón no estaba aquí. Fue también el momento de corroborar que por lo vivido y escuchado tampoco iba a ser fácil que su voz pudiera abandonarnos. Está demasiado despierta en la memoria de quienes la conocieron. De quienes la conocimos.