EL DESGASTE HUMANO

Lisonjas

José Gordón Márquez // Azuaga (Badajoz)

En nuestras vidas, por nuestros intereses, por querer sobresalir, por atribuirnos honores, siempre van de nuestra mano: litigios, adulaciones, odios, rencores, falsas representaciones..., para así mostrar ser los más listos, los más fieles, los más simpáticos. Ocurre en la pacífica aldea, en el blanco y limpio pueblo, en la ruidosa metrópolis. Y llevamos todas estas irregularidades disimuladas detrás de los afeites y adheridas como una segunda piel desde temprana edad hasta el final del camino, aunque con pasos ya cansados. Dicho de otra manera, nuestro ego está enlucido de tal materia que nos instiga a ser el niño en el bautizo y el muerto en el entierro.

Este juego (si puede llamársele juego) ya lo percibí en mi infancia, y hoy tras décadas vividas lo sigo percibiendo en plazas y salones. De todo lo enumerado al principio lo que más repudio son las adulaciones.

El trabajo y la vida misma desgastan constantemente nuestro cuerpo. Para compensar ese desgaste, es preciso que nos alimentemos. Pues igual el adulador, que no puede sostener su vida en pie si no da coba a los demás. Es como si fuera su alimento. El halagador se cree que el que tiene más poder es como el rey Midas, que convertía en oro todo lo que tocaba. Su complejo de inferioridad lo transforma en habilidad para sostener el ego ajeno y suele ser su mayor fortaleza.

El gran Pío Baroja en su libro La caverna del humorismo escribió: «Que los elogios tienen motivos muy variados: necesidad de agradar al otro, empatía con su posición, interés en seducir a la persona..., ya sea ligando en un bar, despidiendo a un amigo o escuchando las cuitas de un familiar, exaltando con desparpajo los logros ajenos. Saben, que la adulación es una droga que no hace daño... a no ser que la persona la inhale. Sin embargo, cuando existe una relación de poder de por medio, el riesgo de que la persona absorba los elogios e infle demasiado su ego con ellos es muy grande.

Los pelotas, los cobistas, los chaqueteros, los incombustiblemente lisonjeros aceptan cualquier opinión de la persona que sienten que está por encima, sin importarles si se trata de un error garrafal o una resolución que va a perjudicar a muchas personas. Su mérito, los que ellos creen que les va a hacer medrar, es que nunca discrepan. Siempre están de parte del superior en el momento crítico y funcionan como parásitos: se unen a ellos porque creen que pueden vivir de su energía».

De todos estos estigmas del género humano: litigios, adulaciones, odios, rencores, falsas representaciones, locas estimaciones..., aunque no son tenidos por pecados capitales, las adulaciones sí las considero un pecado capital. A mí, particularmente, me cabrean.