Muñecos rotos

Regresar a los garbanzos de mamá

Pepe Extremadura // Cautautor extremeño

No sin cierto asombro, acabo de leer que se está produciendo un curioso fenómeno en muchos hogares de occidente: Los jóvenes, y no tan jóvenes, que se dejaron seducir por el espejismo del vertiginoso éxito económico a principio de la década de los ochenta, están regresando a sus casas con papá y mamá sin un duro en el bolsillo y cargados de deudas impagables.

Creyeron que el dinero podía cogerse sin más esfuerzo que el de estirar la mano y se embarcaron en fastuosos negocios o se convirtieron sin talento en actores, diseñadores, directores de cine, músicos de rock o en cazadores de osos que se gastaron la piel del mismo antes de cazarlo.

De pronto, todo se vino abajo y tuvieron que volver al domicilio, familiar derrotados en una batalla, en la que ni siquiera habían combatido realmente. Pero lo peor no ha sido eso, sino el talante con el que han vuelto a los garbanzos de mamá: a sus 25 o 30 años son incapaces de poner la lavadora o freírse un huevo, protestan airadamente si no hay suficientes tostadas para el desayuno y siguen gastándose 70 euros en un corte de pelo y no aceptan un pantalón vaquero o unos zapatos que no vayan provistos de la etiqueta de moda.

Las deudas las han traspasado a papá y se muestran desoladoramente incapaces de enfrentarse al desastre que han dejado atrás, como si no fuera con ellos. Les vendieron el paraíso terrenal y ellos, inocentemente, se compraron un páramo baldío.

Son los hijos del engaño en que han vivido las sociedades occidentales durante la década de los 80 cuando la riqueza parecía ilimitada y de los árboles no colgaban manzanas sino billetes de banco.

Parte de sus cerebros se embotaron para siempre y ahora sobreviven en un estado de perplejidad pasiva que se parece mucho a la idiotez.

Han regresado a casa pidiendo ayuda, pero no están dispuestos a mover un dedo para ayudarse a sí mismos. Son, para su desgracia, muñecos rotos.

EL ARTE DE LA PALABRA

Hermosas herramientas

María Francisca Ruano // Cáceres

¡Las palabras! Escucharlas. Escribirlas. Leerlas. Pronunciándolas, repitiéndose, explicarse, acompañar con ellas. Serlo. O sin decirlas: también el silencio siente su sitio.

Los grandes filósofos griegos, grandes pensadores antes de su inolvidable oratoria, ofrecen en sus textos esa antigua, arcaica herramienta (exclusivamente) humano tan hermosa para elevar sentimientos, conciencia, emoción, pensamiento, alma.

El arte de la palabra, de comunicar, recitar, declamar. Arte o no. ¡Chapurrerías no! ¿Por qué olvidar constantemente que en «el principio fue el verbo». El amor a la palabra hablada y escrita es historia íntima, inteligente e interminable.