CUESTIONES ECONOMICAS

Revisión de pensiones

José Casanovas

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Este año la revalorización de las pensiones ha sido de un 2% fijado con carácter general por la ley de presupuestos para el 2008; de un 2,10% adicional como consecuencia de la desviación producida en el índice de precios al consumo (IPC) y en el mes de enero del 2008 una paga adicional de aplicar el 2,10% a la pensión devengada en el pasado año 2007. Son medidas para seguir garantizando el poder adquisitivo de los pensionistas. Pero estas medidas no benefician a todos ellos, ya que una persona que se ha jubilado en el transcurso del 2007 solamente percibe el aumento del 2%, fijado con carácter general, quedando excluida del resto de revalorizaciones. La explicación que el Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales da a estos pensionistas discriminados sobre esta decisión es que su pensión ha sido reconocida a lo largo del 2007, y por lo tanto no pudo ser reconocida a 1 de enero del 2007 y tampoco es susceptible de compensarla ni recibir pago adicional. El Ministerio de Trabajo no expone con claridad los motivos que hacen inviable la revalorización completa de estas pensiones. En una sociedad democrática, la Administración debe velar porque se cumplan todos los requisitos para excluir cualquier discriminación. En justicia se debería restituir a estos pensionistas discriminados la revalorización que les corresponde.

NO QUIERO TIRANIAS

Teoría del voto contrariado

uan P. Rodríguez Guzmán

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La llegada de la democracia a España me cogió con la recién cumplida edad reglamentaria para el ejercicio del voto por lo que, aprovechando el fin de semana correspondiente, me desplacé desde la universidad en que me preparaba para convertirme un día en profesor hasta el pequeño pueblo que me vio nacer al objeto de poder decir con una papeleta en una urna lo mismo que ya decía a voces en las calles de mi ciudad universitaria a los grises, con los que me tropezaba manifestación tras manifestación: "¡Que sí, que yo quería democracia!"

La democracia llegó, la universidad acabó y durante muchos años el flamante licenciado fue sistemáticamente elegido de presidente de la mesa electoral de aquel pequeño pueblo donde, con obediencia ciega a los políticos, acudían todos los vecinos cada convocatoria electoral a depositar su papeleta por si acaso, unos, o por si las moscas, otros. Y fue digno de ver (y de ser visto) cómo el estudiante del lugar cumplía a la perfección su papel, remirando en listas y ayudando a pobres analfabetos hasta que, al filo de las ocho de la tarde, con todo el pueblo ya votado, con un tercio curioseando, y con una pareja en la puerta, se alzaba de su asiento y, tras dejar que votaran los dos vocales, pronunciaba indefectiblemente las palabras cuatrienales que se le fueron convirtiendo en letanía:

--Paisanos: no he tenido el más mínimo reparo en pasar el día entero aquí sentado para que todo el que haya querido haya podido votar a quien meramente le haya dado la gana. La ley dice que ahora, como presidente de la mesa, me toca votar a mí. ¡Pues puede empezar entonces el recuento, porque yo... --y aquí siempre se producía un respiro mayor-- me abstengo!

Esa decena de abstenciones fue siempre, no obstante, perfectamente calibrada en su jornada de reflexión correspondiente y nunca llegué a creer que mi contribución de ese día a la democracia necesitara algo más que la que yo aportaba gustoso presidiendo una mesa electoral; ni siquiera el comportamiento de algún que otro politiquito inclinó ni una sola vez mi balanza lo suficiente como para prestar mi voto a una u otra opción política; es más: a todos por igual asigné en el transcurrir de los años su parte de buena fe en la contribución nacional para afianzar una democracia en la que, como un rito, los unos se iban apuntando en las papeletas, los otros las iban escogiendo a su antojo y yo las introducía y contaba en una urna.

Pero, desde la última, no sé qué mal le habrá dado a este país que no dejo de sentir la necesidad imperiosa de que llegue cuanto antes el próximo día 9 de marzo. Pero no para abstenerme otra vez, sino para poder decir con una papeleta en una urna lo mismo que como profesor de enseñanza Secundaria estoy harto de gritar ante esos nubarrones grises que se han extendido sobre los terrenos de mi profesión y sus aledaños: "¡Que no, que yo no quiero tiranías!

EL FINAL DE LA BATALLA

Una partida de Risk

Ignacio Caballero Botica

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En el epílogo de esta batalla electoral hay tres conclusiones que quedan cristalinas después de lo vivido en las últimas semanas y meses.

La más clara de todas es lo obsoleta que está la ley electoral en cuanto al reparto de escaños, la descompensación entre el valor de un voto según el territorio o cómo pequeños grupos pueden llegar a tener una representación desproporcionada. Sin pasar por alto que cada vez más se vota a un partido y no a las personas, lo cual me parece el camino equivocado.

La segunda carencia que roza el ridículo es que las dos semanas de campaña oficiales, solamente se diferencian de los cinco últimos meses en que nos han llenado las calles de carteles estériles e innecesarios. O cambian la ley o prohíben los mítines fuera del periodo electoral. Es un hartazgo.

La tercera estupidez es prohibir las encuestas electorales desde el pasado martes y mantener la idea de la "jornada de reflexión". Parecen en ambos casos unas endebles puertas al campo en la era de la hipercomunicación, donde conectándote a una web extranjera, accedes a sondeos a golpe de un simple click .

No seré yo quien se quede reflexionando el sábado después de que el olor a pólvora de esta Partida de Risk, sea lo único que quede. De hecho, ni siquiera me hacía falta la campaña electoral. Mi voto es una evalución contínua durante cuatro años, no vale estudiar la tarde antes. He dicho.