POLEMICA

Sobre los premios Guadalupe-Hispanidad

Carlos Cordero Barroso

Guadalupe

Ya pasó todo. Con la galanura espiritual que el cristiano pretende actuar en este mundo, los premios creados por los Caballeros de Guadalupe se entregaron el pasado sábado a distintas personas y entidades, entre ellas al que fuera consejero de Cultura de la Junta de Extremadura, Francisco Muñoz Ramírez, y que ha dado que hablar en la prensa y en la calle como consecuencia de la exposición que en su día avaló dicha consejería donde la Virgen María aparecía como una vulgar mujerzuela, y que sirvió para que la política anduviese de por medio, aunque para entonces no estaba creado el Ministerio de Igualdad que, a lo mejor, hubiese defendido a la devoción primera y principal del mundo hispano.

Sabemos que unos pidieron perdón, otros por sacar a la luz la exposición años después por intereses políticos no sé si lo han pedido, y la Iglesia y los Caballeros no han llegado a ser inquisidores sino generosos en este caso para que así las aguas vuelvan a su cauce y para que, así, no vuelva a repetirse el deleznable espectáculo que a los creyentes nos ha herido en el alma pero, ya digo, hemos sabido perdonar como cuando nos perdonan por se Caballeros de la Virgen pero que ni vamos a misa ni nos acordamos de los pobres.

Eso sí, que nadie nos tome por tontos porque no lo somos, ni los políticos ni los ultras de siempre. La Virgen, nuestra Madre del Cielo, en quien creemos a pesar de nuestras debilidades, es aquella de la que dijo el poeta de izquierdas, Miguel Hernández: "... la Luz pasó el umbral de la clausura/y no forzó ni el sello ni la puerta", porque fue madre sin conocer varón alguno.

CRISIS

Capitalismo seductor

Pedro Serrano Martínez

Correo electrónico

Caminamos de forma inexorable hacia un desarrollo global uniforme, fundamentado en un sistema liberal capitalista, imposible de mantener en el tiempo. Los países pobres, los países emergentes representaban la esperanza para el mundo de que pudieran presentar alternativas al capitalismo, de que seguirían caminos distintos al nuestro, es decir, otra forma de crecimiento y desarrollo, otro modelo social y medioambiental, otra filosofía de vida.

Pero nuestro sistema los ha contaminado, no han resistido la tentación y, cuando se les ha presentado la oportunidad de desarrollarse y crecer, no sólo no han dudado en imitarnos, sino que lo están haciendo de una forma más brutal y agresiva, si cabe. ¡Qué grande debe ser el encanto del capitalismo, para seducir de esta manera!

Ahora, cuando los países desarrollados hemos alcanzado los niveles de crecimiento y bienestar actuales, --aunque ya conscientes de su provisionalidad y finitud, por insostenibles-- ¿qué autoridad moral y credibilidad tenemos para decirles que se equivocan, que no sigan nuestros pasos?

Si la población mundial crece de forma exponencial, si los recursos son limitados, si el conjunto de países que conforman el mundo pobre llegan a alcanzar nuestro nivel de consumo y crecimiento desaforados, ¿qué futuro le aguarda al planeta y, por tanto, a la humanidad?

APRENDER DE LOS MAYORES

Los grandes olvidados

Juan C. López Santiago

Jaraíz de la Vera

¡Qué lejanos están aquellos tiempos donde el Consejo de Ancianos era el máximo órgano en la toma de decisiones! La sabiduría que atesoran, la experiencia que han amasado y la visión sosegada que da la perspectiva de los años vividos deberíamos tenerlas muy en cuenta y de ese modo enriquecernos; hablemos con ellos, escuchémosles y aprendamos. Son, sin duda, almacenes de conocimiento y sensatez que estamos despilfarrando.

Es triste ver a muchos de nuestros mayores solos o sentados en un banco viendo pasar los coches o haciendo de canguros de sus nietos para que sus progenitores se ahorren unos miserables euros que después quizás los gasten en una cena o en una televisión de plasma. Es lacerante que los ancianos disfruten de unas pensiones insultantes después de haber vivido tiempos tan difíciles como ahora ni nos imaginamos; necesidades derivadas de una postguerra atroz, otros arrojados en inclusas porque sus padres fueron asesinados y cuando pueden resarcirse de aquellos aciagos días resulta que ahora tampoco tienen ni para comer. Conozco varios casos de ancianos que no pueden ni costearse el ponerse la dentadura, están sin muelas y quizás ni les queda un incisivo con el que roer. ¡Qué placeres les quedan en el crepúsculo de sus vidas! Esta sociedad depredadora y consumista debería plantearse la situación de indigencia a la que le hemos llevado; definitivamente nuestros mayores son los grandes olvidados.