El otro puentede San Francisco

Ahora que está en entredicho la demolición o no del cacereño Puente de San Francisco quiero recordar el pálpito de un barrio y el hacer de sus gentes, que tenía como fondo el polémico puente.

El puente estaba tranquilo, solo se interrumpía por el tropel de chavales. Los niños sabían construir sus juguetes. El aro con su bien elaborada guía les servía de entretenimiento recorriéndolo a lo largo y a lo ancho y a menudo se escuchaba el sonido de las chapas deslizándose por la acera de la esquina. Un poco más abajo, junto a la bola que coronaba uno de los dos pilares, niños y bolindres se enzarzaban en un animado juego que no siempre tenía buen final. A las niñas se las veía sentadas en el arandel cantando, batiendo palmas o haciendo corro.

Se entremezclaban, pues, niños y niñas que ilusionados y audaces se afanaban en recoger con maestría su ansiado diábolo. Jugaban a la comba, la pica, el pañuelo, pase misí, la billorda, el rescate, el burro, las alfileres, que salga usted, el escondite, las cuatro esquinas, torito en alto, alzo la maya y muchos juegos más.

En la parte baja, junto a los álamos, aparecía un gran ojo ofreciendo su oquedad, que aprovechábamos para engarzar allí collares y pulseras. Desde el mismo lugar podíamos observar la venta de utensilios de barro en el cercano puesto de los cacharros, y justamente a su lado el pequeño quiosco que en otras ocasiones nos servía para cambiar cromos, tebeos y cuentos de hadas.

Si cruzábamos, a la derecha veíamos los dos hermosos pilares con el agua fresca para el sudoroso feriante del rodeo.

El domingo, misa en la iglesia del mismo nombre. Los coros de los niños que vivían en el Colegio Salesianos, deleitaban con sus cantos, invitándonos a la atención y al sosiego.

Aquel puente tenía historia, en él se daban cita multitud de vendedores. ¿Quién no recuerda al Chato de los metales o a la típica señora de los barquillos: "¡Que son de canela!, ¡A perrita gorda!". Otras veces se escuchaba: "A raja y cala; ¡Picón ¿quién?; ¡Hay helado, oiga; ¡Se arreglan toda clase de porcelana!; ¿Quién compra Asperón?; ¡El afilador!; ¡Alfajores del Casar!; ¡Trébol para los borregos!", y al Nano con sus santos y canciones. Así un día y otro, era un deambular constante.

Con su cántaro y su rodilla avanzaba lenta la aguadora que venía de Fuentefría, intentando sortear la chiquillería intentando mantenerse erguida.

El puente también tenía arte, pues en su entorno vivían toreros, músicos, artistas y poetas, que cambiaban el ritmo de la tarde al verlos aparecer a hombros de aficionados o cuando un acordeón atronaba con sus notas el atardecer. La patrona de todos los cacereños también se paseó por la calzada del puente. Los gigantes y cabezudos bailaron gloriosos al ritmo de la gaita y el tamboril. Era motivo de reunión vecinal las famosas hogueras en vísperas de San Jorge.

Cuando ahora alguna vez bajo a San Francisco, no lo reconozco. Se llevaron los pilares, desapareció la bola, hay ausencia de eucaliptos, el puesto de cacharros ya no existe, la iglesia tampoco. Las risas, los cantos, los pregones, el bullicio han dejado paso casi solo a los múltiples coches que yacen dormidos en sus aparcamientos. Por esto mi corazón me dice que aquí no está ya mi puente. Si lo van a demoler o no (para ser que no) ¿qué más da? ¿No es el progreso quien lo ha ido constantemente transformado?

INMACULADA MANGAS. Cáceres

Pataleopor el Zorrock

Desapareció el Zorrock y a nadie pareció importarle. Ni una crítica. Ni una voz más alta que otra. Ni una sola explicación de las autoridades. La música independiente está de luto.

SABINO ANTOÑANZAS. Badajoz