ADIOS A ESPAÑA

Me sobra silencio, me falta alegría

Vanesa Rodríguez Schoos

Hannover

Alemania no es lo que yo esperaba. Aunque a decir verdad, tampoco esperaba nada de una decisión tomada a la desesperada. Que España me echó a patadas, y yo, cual amante aporreé, aporreé todas sus puertas antes de marchar por el jardín, el ánimo por los suelos, currículum empapado en mano (goteando estaba) y el sol a mis espaldas.

No es que no supiese alemán. Aprendí el idioma de las consonantes desde pequeñita; con mis fallos y mis acentos, un tanto inalienables.

Tampoco es que fuese la primera vez me encontrase lidiando con la burocracia germana: yo había realizado la mili en Berlín, lo que llamaban la mili del siglo XXI en pleno auge de la capital cosmopolita hacía tres años; allá cuando estudiaba bohemiamente, ilusa de mí, la bonita carrera de Periodismo. Claro que poco quedaba ya de aquella ilusión que trae consigo toda primera experiencia, especialmente bajo el encanto de alguien que observa el mundo, que sueña, abre y cierra los ojos para volver a soñar a las puertas de los 21 años.

Por si fuera poco, mi novio (alemán españolizado) me acogió en sus brazos en la mediana, gris y neutral ciudad de Hannover; que eso sí, florece hermosamente en verano. Ciudad de parques, congresos y jardines. Ingeniero en potencia él. Laboralmente no podíamos haber tomado carreteras más distintas.

Y familiares en Hamburgo también tenía. Podía visitarlos cuando y cuanto quisiese. Pero aquel era el problema. Que yo todo aquello ya lo conocía: conocía el silencio en el metro, el silencio en la calle, en las salas de espera. Conocía esa extrema predilección hacia las normas; ya se podía estar derrumbando un edificio que la gente saldría enfilada por su puerta principal, respetuosa de espacios; conocía esa falta de excepción, de instinto y emoción en la rutina. Y conocía también esa simpatía, esa curiosidad hacia lo exótico de lo español en las conversaciones orales (¿Quién no había veraneado en Mallorca?); de la misma manera que esa curiosidad, tan pronto se adentraba una en el ámbito laboral quedaba por lo general empaquetada dentro de la engrosada categoría de 'extranjero': "Aquí tiene usted su contrato, media jornada o minijob, salario mínimo 8,5. Sobre un aumento de sueldo en unos meses ya hablaremos".

Claro que los cinco euros mal pagados de Andalucía quedan muy, muy atrás y no nos quejamos, qué nos vamos a quejar; pues la flexibilidad de horarios laborales incluso en la gastronomía alemana deja poco que desear.

Todo hay que decirlo. Pero a mí me faltan, me siguen faltando esos buenos días con alegría. Esos buenos días en general. Esté cayendo la del pulpo, que por más que la gente esté a dos velas en nuestro país, la carta del humor siempre se juega. Cuanto menos se posee. Y la sonrisa en las calles españolas actualmente aún sigue cobrándose gratis.

Y a todo esto, yo me pregunto: ¿Llegará el día en el que tenga que decidir entre los brazos de mi novio y los de aquel lejano, presente, mal olvidado amante?