ZOOLÓGICOS

Para educar, conservar e investigar

Eva Rizo

Bióloga

He leído muchas opiniones de los detractores del nuevo modelo de zoo, y por ende, de los animalistas que lo defendemos. He usado esta palabra porque es la etiqueta con la que algunos nos identifican. Curioso asunto el de la etiquetas. Permite definir a un grupo de personas sin pensar. A nosotros se nos ha tratado como una panda de histéricos ignorantes asociados a determinadas corrientes políticas. Pues bien, me gustaría aclarar que ser animalista es perfectamente compatible con ser científico. De hecho, hay muchos animalistas científicos que han ayudado a la conservación de especies y que han denunciado desastres ecológicos de gran envergadura. Hablo como animalista, educadora y científica cuando afirmo que ese cambio es imprescindible. Los zoos tradicionales son la naturaleza -en minúsculas- más antinatural que podría existir. Por esta razón, bienvenida sea la propuesta del cierre del delfinario. ¿Qué sentido educativo tiene ver animales en cautividad que para nada se comportan así en la naturaleza y que muchos de ellos no están en ningún proyecto de conservación? ¿Cómo conseguir que un visitante no tire basura al mar o hacerle ver que las redes de deriva son un peligro para un delfín? ¿Qué tipo de exhibición educativa se puede hacer para sensibilizar a la población del estado de conservación de la especie? Absolutamente ninguna, doy fe. Hay formas mucho más educativas de concienciar a la población que ver un animal cautivo. Por otro lado, no se está hablando de cerrar el zoo, sino de transformarlo en un lugar de aprendizaje, acercamiento y comprensión. Para conservar una especie lo que hay que hacer es proteger su entorno. El zoo tiene que ser un espacio de educación, conservación e investigación.

POLÍTICA

El diálogo de Rajoy

José Pellicer

Barcelona

Rajoy solo dialoga sobre lo que a él le interesa. Lo demás no existe, aunque repita que estamos obligados a dialogar. Y el Gobierno se gasta millones en rescatar los fiascos del Castor y de las autopistas. En este país solo existen dos formas de diálogo: para sordos y para besugos. Y cuando vamos a votar, la vía de la prudencia nos hace preferir los males ya conocidos antes que buscar los ignorados. ¿Hasta cuándo?