Es difícil imaginar a la pequeña Alba pedir a los Reyes otra cosa que no sean juguetes y lo propio de una niña de 8 años. Pero quizá los mayores tendríamos que añadir a su carta algunas exigencias y reivindicar para los menores muchas de las medidas que se aplican en la lucha contra la violencia de sexo. Quizá algún día Alba se pregunte por qué no ha habido manifestaciones y silencios ante los ayuntamientos en favor de ella, que se ha quedado sin habla y sin poder andar, en favor de los niños muertos de una paliza o abandonados en contenedores por sus madres, y por qué no se aplican los protocolos con el mismo celo que en el caso de las mujeres maltratadas. Consciente de que muchas opiniones sobre este tema incomodan al feminismo radical, que las interpretan como un menoscabo de su lucha contra la violencia sexista, me pregunto: ¿Por qué este empeño en llamarla machista si no siempre el móvil es el machismo? En Finlandia, Suiza y Suecia, países de machismo residual, mueren --proporcionalmente-- más mujeres asesinadas que en España. ¿Por qué, entonces, no emplear el término violencia doméstica? Cuando hay violencia en el hogar, los niños y las personas mayores se llevan la peor parte. Las cifras reales y las estimadas nos sonrojarían si se publicaran con el mismo eco mediático que las referentes a la mujer. No se trata de restar a unas y dar a otros, pero no es justo que los ministerios de Igualdad y de Justicia, el Instituto de la Mujer, el Observatorio contra la Violencia de Género e innumerables asociaciones y fundaciones absorban la mayor parte de medios y presupuesto para un solo tipo de violencia doméstica.

B. S. Bertrán **

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