Escritor

Lula, el presidente de Brasil, ha tirado por la calle del medio y de momento ha arrumbado a todos los teóricos de la enseñanza, que son unos tipos muy peligrosos, pese a quien pese. Lula ha hecho lo que ya hizo mi abuela en tiempo. Mejor dicho, mis dos abuelas: Camila y Felipa. Mi abuela Felipa se había quedado ciega, pese a lo cual solía decirte lo guapo que eras mirándote fijamente:

--Bueno, cómo vienes hoy de guapo... Anda siéntate a mi lado y me lees el periódico comenzando por las esquelas.

Bueno, pues había cola de primos míos:

--Hoy leo yo.

--Me toca a mí...

Así sucedió que, perdón por mi egolatría, pero este menda con cuatro años y medio leía como leo ahora o mejor, porque a sabienda de la recompensa, entonaba las esquelas como nadie. Yo incluso las edulcoraba engañando a mi abuela:

--"Se durmió en la placidez del señor"...

Y mi abuela musitaba.

--Pobrecito...

Pobrecito, pero yo me ganaba cinco pesetas del año 43, y era el más rico de mi calle y de los glacis.

Con mi abuela Camila la cosa era más mollar todavía:

--Si no traes ningún suspenso, te meto en la cartilla veinte duros...

Comprendo la decisión de Lula de abrir una cartilla a todos los niños que pasen la Primaria. Me parece fantástico, porque le creas el afán de superación y los apartas de matar a nadie por unas monedas en las favelas de sus ciudades.

Me parece una medida fuera de lo común. Estoy seguro de que con esa práctica muy pronto los niños de Brasil tendrán un aliciente no sólo para aprender sino para saber ahorrar tras el esfuerzo intelectual del abandono del analfabetismo.

Si esa medida hubiera sido implantada en España hace cincuenta años hoy el PER no sería necesario.