Escritor

Este artículo está escrito con cinco minutos de retraso sobre el tiempo real. Evito así las impertinencias del directo. Al modo americano. Cortesía de la casa para darle ocasión al lector de esquivar el impacto que sobre su conciencia podría suponer la aparición en estas líneas de una teta desmandada o de cualquier otra palabra soez que pudiera herirle la sensibilidad, si es que anda usted tan despistado que va buscando poesía en las páginas de un diario, cuando es sabido que las buenas maneras sólo permiten despachar sangre, mondongo y corazón amarillo. Le concedo a usted el privilegio de mirar para otro lado. Hacia Marte, por ejemplo, antes de que lleguen allá las inmobiliarias, las agencias de viaje y la gripe del pollo. Aunque quizá su color rojo le lleve a pensar en cosas inapropiadas, desagradables. Acaso en sangre. Como si hasta ese camafeo de roca llegaran las salpicaduras de los muertos de esas guerras a las que dan pávulo señores a los que no repugna el sufrimiento ajeno, pero se escandalizan por una teta. Si es usted de este pelaje, mejor no mire a Marte. Mire hacia Baqueira. A ese festín de nieve y sonrisas blancas y flases blancos que nos regalan cada año por estas fechas los que viven en el lado blanco y blando de la vida. Mire hacia Baqueira y olvídese de todo lo demás. El mundo está lleno de perspectivas, sólo hay que saber mirar hacia la más adecuada. Por qué amargarse la existencia con espectáculos deplorables. Con lo fácil que es desviar la mirada. Habiendo como hay festivales de la ocurrencia, tal que Arco, o festivales para la ostentación del privilegio, tal que Fitur, para qué diablos se va a poner uno a mirar las barrigas hinchadas de vacío de esos niños norcoreanos a los que la ayuda internacional no puede socorrer por falta de dinero, aunque a dos pasos de ellos vayan a tirarse a la basura cientos de millones en la celebración del Carnaval y la Semana Santa. Para sufrir siempre hay tiempo. Es más agradable mirar el moratón encendido que la luna le saca algunas veces a la noche, que el encenderse de vergüenza por los moratones que los bárbaros sacan a tortazos en los rostros de sus mujeres. En Extremadura, sin ir más lejos, fueron mil las denunciantes el pasado año. Y es una espiral ascendente. Es fácil mirar a las estrellas, dice Mayor Zaragoza, y arrebolarse de gozo por lo lejos que ha llegado la ciencia humana. Lo difícil es mirarle a los ojos a la Tierra y reconocer el fracaso de las fórmulas políticas aplicadas para hacer frente a los grandes problemas. Que son, por otro lado, los problemas de siempre. El grande pisa al pequeño, el pequeño se calla por temor e impotencia, y el mediano mira para otro lado a la espera de que le sonría la suerte y pueda también él propinar sus propios pisotones. Mirar para otro lado es un arte de supervivencia que requiere práctica y mucha disciplina. Incluso es más sano mirar para otro lado que mirarte la corbata o la punta de los pies. Sobre todo desde que se descubrió el montaje de los grandes grupos textiles, esos inventos del diablo. Salimos a la calle vestidos con jirones de piel arrancados a miserables que trabajan a dos céntimos la pieza. Mirar para otro lado se ha convertido en ejercicio apto para virtuosos del cinismo. Los otros, los que aún miran de frente, lo llevan peor, porque no hallarán cosa en qué poner los ojos que no sea recuerdo de la desvergüenza o de la teta de la Jackson.