En ese pantano amarillento del periodismo rosa que se ocupa de la farándula, Carmen Rigalt (El Mundo) tiraba ayer de crónica marbellí y escribía: "Bárbara Rey veranea en el casino. La artista apuesta fuerte. Todos nos hemos preguntado alguna vez de dónde saca Bárbara pa tanto como destaca. La respuesta da mucho de sí". Pero Rigalt no la daba. Lejos de los aires del famoseo, Maruja Torres (El País) se explayaba con Federico Trillo, John Le Carré y David Kelly, el experto en las armas de Sadam Husein cuya muerte tiene en jaque a Tony Blair. La entradilla de la crónica era elocuente: "Los británicos están demostrando que un país serio se encuentra por encima de sus miserias o gobiernos temporales. Creo que padezco lo que Sigmund Freud llamaría envidia de pene de juez".

Pero lo más notable lo firmaba Luis María Anson (La Razón) y rebosaba de rancio españolismo: "Los proetarras pidieron que se autorizase una manifestación en defensa de la ikurriña. Coño, qué cosas, defender la ikurriña , cuando la bandera regional vasca ondea sin problemas..." . Tras tildar a los jueces de Euskadi de "membrillos temblorosos", sostenía: "La verdad es que un Gobierno vasco decente debiera promover una manifestación en defensa de la bandera española, que no ondea habitualmente en ningún ayuntamiento de las provincias vascongadas y cuando se la iza (...) se arma la marimorena... ¿Se imaginan ustedes si fuera al revés, si una manifestación en defensa de la bandera española terminara en la plaza Elíptica de Bilbao con la quema de una ikurriña?" . ¿Se lo imaginan?