La que debía ser una noche de Sant Joan de fiesta, sin más incidencias que las tradicionales de algunos excesos con el alcohol o la pólvora, ha sido una noche de tragedia con la muerte de 12 personas arrolladas por un tren en la estación de Castelldefels. Nunca antes en España habían fallecido tantas personas en un atropello ferroviario. El hecho de que la mayoría sean jóvenes añade más dolor al siniestro. A tenor de los datos de que se dispone hasta el momento, y a la espera de la preceptiva investigación de Renfe y de lo que en su momento determine la justicia, la imprudencia aparece como elemento clave de la desgracia. Es perfectamente comprensible que los allegados de las víctimas intenten buscar otras explicaciones a un mazazo tan absurdo y terrible, pero parece fuera de toda duda que las personas que atravesaron las vías del tren no lo hicieron obligadas por la falta de un paso subterráneo por el que acceder a la playa sin ningún peligro, sino porque les pareció la manera más rápida de hacerlo. El paso subterráneo existe y el mayor problema que presentaba a la hora del accidente era la lentitud debido a la aglomeración de gente. Las investigaciones deberán aclarar otras circunstancias que, sin ser determinantes, pueden ayudar a comprender la fatal decisión de las víctimas, como la velocidad del tren que las arrolló o cómo funcionaron los avisos por megafonía. Nada de eso les devolverá la vida, pero debería servir para minimizar el riesgo de que una tragedia similar.