Tengo 40 años y nací en el seno de una familia trabajadora que me inculcó unos valores que me han ayudado a convertirme en una mujer feliz. A mis padres nunca les regalaron nada; trabajaron muchas horas al día durante muchos años, renunciaron a casi todos los caprichos personales y se esforzaron siempre, lo que les permitió hacerse un rinconcito para no tener que depender de nadie y poder afrontar tranquilos la jubilación. Mi padre, por desgracia, falleció a los 65 años. Qué injusto, ¿no? Ojalá pudiera haber disfrutado de unos más que merecidos años de descanso para vivir de la despensa. Mis padres eran como hormigas, trabajadores y ahorradores, pero no escatimaron nunca en la educación de sus hijos. "Estudiad y aprovechad lo que aprendáis --nos decían a mi hermano y a mí--. Una buena enseñanza es la única herencia que os podremos dejar". Les hicimos caso, y dedicamos horas al estudio y esfuerzos para conseguir un buen trabajo. Estos días pienso mucho en lo que hicieron mis padres. Y me acuerdo de ellos, sobre todo, cuando veo por televisión o leo en la prensa declaraciones de gente que defiende las rebajas salariales y el incremento de las retenciones del IRPF. La mayoría de los ciudadanos dicen: "Hay que apretarse el cinturón, pero que paguen más los ricos". En efecto, tienen que pagar más impuestos los ricos, quienes tienen dinero por herencia o por cuna, no quienes lo han ganado a pulso, con su esfuerzo y preparación. Esto de castigar a las hormigas más que a las cigarras no me parece justo. Entiendo que el Gobierno tiene que tomar medidas, y que uno debe ser solidario y contribuir al Estado del bienestar, pero igual las cosas irían mejor si en este país no hubiera tantas cigarras.

Rosa Sacristán Nieto **

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