Desde que fue elegido por primera vez en 1998, Hugo Chávez ha ganado unas elecciones casi cada año. El domingo también ganó, pero esta victoria tiene un sabor amargo para quien ha hecho del populismo y de las técnicas plebiscitarias su forma de gobernar. A partir de enero, cuando se constituirá el Parlamento de Venezuela elegido ahora, el presidente tendrá un contrapeso con el que deberá contar para aprobar leyes orgánicas o nombrar cargos para las altas instancias del Estado. El éxito obtenido por la oposición, coaligada en torno a la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) que ha arrebatado al chavista Partido Socialista Unidad de Venezuela el casi monopolio parlamentario, confirma la existencia de un amplio descontento social con el omnipresente socialismo bolivariano. Con las enormes rentas del petróleo, Chávez ha creado un Estado asistencial, sin duda necesario, pero su proyecto no fomenta una economía productiva al margen del petróleo que controla el Estado. La recesión por segundo año, el 30% de inflación y la delincuencia han puesto en evidencia los límites de la revolución bolivariana y la ineficacia de la Administración. La oposición a Chávez ha sido siempre débil y poco hábil. La plataforma con la que ha concurrido ahora a las elecciones, con tan buenos resultados pese a un censo electoral que favorece los estados más pobres --donde el presidente tiene un apoyo ciego--, debe consolidar su unión y su programa. Y esto no será fácil. La MUD es un conglomerado de más de 20 organizaciones. De momento, ha sido capaz de aglutinar a los venezolanos descontentos, pero demostrar que es una alternativa viable al chavismo es otra cosa bien distinta.