WEw l castrismo ha optado por enrocarse en la resistencia a ultranza y el desafío a todos, confirmando así la muy extendida convicción de que el régimen cubano ha perdido la más mínima capacidad de adaptación a las circunstancias, sean estas la crisis inacabable que soporta la población de la isla o la acción de una disidencia cada vez más convencida de que sus planteamientos tienen eco dentro y fuera del país. No otra conclusión que el enroque cabe de la posición expresada por el presidente de Cuba, Raúl Castro, en el discurso que pronunció días atrás en el congreso de las juventudes del Partido Comunista, porque su sentido fue un llamamiento a cerrar filas, dar por descontado que la razón está de su parte y prolongar la agonía del experimento revolucionario que hace medio siglo se ganó el respeto de toda la izquierda. Un respeto que ha perdido definitivamente y desde hace años a causa de la cerrazón ideológica y el recurso a la demagogia para negar una realidad sencilla y obvia: la herencia de la revolución ha quedado reducida a una máquina de poder.

Solo a la luz del deseo de mantenerse en el poder a toda costa cabe aquilatar los disparates dedicados por Castro a Orlando Zapata, el disidente que perdió la vida a causa de una huelga de hambre, y a Guillermo Fariñas, el periodista que ha puesto en riesgo la suya con idéntico método. Solo la izquierda obnubilada puede dar por buenas las palabras de Castro y aceptar la teoría de la conspiración universal contra el régimen. Las restantes izquierdas solo pueden hacer lo contrario: reclamar cambios democráticos y el respeto por los derechos humanos.

No pasa de ser un accidente histórico que las reclamaciones de la izquierda crítica coincidan, siquiera por una vez, con las de la derecha, que tradicionalmente se ha mostrado hostil con el régimen cubano. En cualquier caso, se trata de una coincidencia que no desacredita más que a ojos de los ´agitprop´ de la revolución la exigencia de una apertura política. Es más, ellos son los únicos que dudan de que los gobernantes cubanos están dejando pasar una vez más una gran ocasión para transitar hacia la democracia sin necesidad de que haga falta esperar a la extinción del régimen por inanición.

Frente a las ideas expuestas por Castro, frente al espantajo de "una descomunal campaña de descrédito" organizada por "los centros del poder imperial", la realidad es que Estados Unidos y la Unión Europea se han expresado en términos razonables para acabar con el bloqueo y sus efectos. Es difícil que en el futuro se encuentren los dirigentes comunistas con oídos tan predispuestos como los de Barack Obama y la presidencia española de la Unión Europea.