No salgo de Chateaubriand, no abandono su lectura. Acaso suceda así porque sus Memorias de ultratumba sean muy largas, al mismo tiempo que frescas y vigentes, tanto, que llegan hasta nosotros a pesar del verano y sus incendios, del calor y sus infiernos. Quizá no pueda ser de otra manera, porque el verano sea cálido, como lo está siendo, y el espíritu reclama aire, ventilación, cualquier pasión del ánimo. No es imposible que porque su prosa sea sabia y llena de cautelas. No se sabe. El caso es que permanezco atado a su lectura como este calor, pegajoso y húmedo, lo hace a nuestra piel ya fatigada.

Hoy, ante la enfermedad de Fidel Castro, leo unas páginas de Chateaubriand en las que se afirma que "las revoluciones fueron reprimidas porque en general procedían de las pasiones, no de las ideas: la pasión muere como el cuerpo, la idea vive como la inteligencia; así, puede retenerse una pasión, pero no parar una idea". ¿Será verdad? Posiblemente. En ocasiones incluso es deseable que suceda de tal modo. Puedo hablar de Cuba y conocí a Castro. ¿Lo conozco? Bordeé la isla del caimán barbudo, varias veces, hace muchos años, allá por los lejanos 60. La pisé en el 87. Regresé algunas veces más.

Ahora, al recordar las conversaciones mantenidas con el líder revolucionario, fríamente apasionado, apasionadamente frío, encarnadamente encendido, ideológicamente gélido, pienso que la pasión que nos movió a tantos en nuestra juventud primera se desvaneció mientras iba y venía del calor al frío; es decir, de la razón a la locura del más largo otoño que patriarca alguno haya tenido. La revolución fue reprimida, se consumió en sí misma, cuando la isla se convirtió en propiedad de una familia; larga y con adherencias. Se estancó y permaneció ensimismada, absorta en la contemplación de su propia imagen, barbuda y sostenida.

XA ESTASx alturas del discurso, del largo discurso pronunciado durante casi 50 años en la plaza de la Revolución, esta, la re-vo- lu-ción, solo permanece en nosotros como pueda hacerlo el recuerdo de lo que los gallegos llamamos os amoriños primeiros , esos mismos que están pensando ustedes y que, como la raíz del tojo verde, son tan malos de arrancar. Y más cuando el fuego camina bajo tierra, de raíz en raíz de tojo, hasta reaparecer, devastador e imparable, en cualquier momento en que lo agite el viento. El propio Castro ayudó, y ayuda, a todo ello, a que muriese la pasión y se mantenga el recuerdo. ¿Continuará la idea? ¿Lo hará de raíz en raíz? Sin duda que sí, sin duda que lo hará, pues se mantiene la necesidad de ella. Siempre será así, al menos mientras exista el hombre.

Cuenta Chateaubriand que, paseando por el valle del Ródano, se encontró con una rapaciña, casi desnuda, que bailaba con su cabra pidiendo caridad a un mozo, bien vestido y rico, que pasaba por la posta precedido por un correo con galones y seguido de dos lacayos que perseguían a su brillante carroza. Y se pregunta nuestro autor: "¿Os imagináis que pueda existir tal distribución de la propiedad ¿Pensáis que no justifica los levantamientos populares?" Es evidente que la idea vive como la inteligencia y que se transmite como un testigo en una carrera de relevos.

En las primeras visitas a Cuba, la isla era propiedad de una familia inmensa que luego resultó ser tan pequeña que pudo transmitirla en herencia. Entonces la gente veía pasar los coches oficiales con una cordialidad que sorprendía. No había animadversión. No digo que hubiese simpatía, tampoco indiferencia. Digo que no había ni asombro, ni rencor. Un coche oficial iba ocupado por alguien igual a aquel otro con el que te cruzases por la calle.

Años más tarde aparecieron los automóviles recién salidos de las fábricas, reservados para turistas y visitantes, conducidos por los miembros privilegiados del partido, mientras el simple hecho de ir a recoger maletas al aeropuerto era un premio, otorgado a quienes destacaban en los comités de defensa de la Revolución, para que, en unas horas, pudiesen ganar en propinas lo que no ganaban con sus salarios en un año. Así reapareció el rencor.

Acaso toda revolución, como aquella que nos amenazó a nosotros, quede siempre pendiente. Quizá sea su sino: el de la eterna permanencia, pues eterna es la condición humana; al menos si el hombre sigue a bordo de esta perdida nave que llamamos Tierra en la que navega por el cosmos, solitario e insensible, estúpido, esperando que la pasión lo arrase todo porque camina oculta a través de las raíces y no te enteras.

Cuba se prepara para la búsqueda del bienestar en su más amplia gama de versiones, pues tal es la más racional ambición del hombre. La revolución sigue pendiente, y otras formas de propiedad siguen siendo deseadas. ¿Buscarán los cubanos una salida a la rumana o la pretenderán a la polaca? No se sabe. Se sabe que los deseos son distintos según los espacios físicos y las geografías mentales que habitan los protagonistas de este drama que anuncia su final. Que sea de una forma u otra, depende de nosotros.

*Escritor