Las elecciones más trascendentales en los últimos 40 años de Cataluña han dejado un escenario de división en dos grandes bloques prácticamente impermeables, un partido ganador en votos y en escaños que no podrá gobernar y una distribución de fuerzas que augura un panorama muy incierto para una sociedad zarandeada por una crisis política con graves derivadas sociales y económicas. En unas elecciones con una participación histórica, Cataluña ha dado una victoria sin precedentes al partido Ciudadanos encabezado por Inés Arrimadas y, al mismo tiempo, ha decidido que el bloque independentista de JxCat, ERC y la CUP, con el expresidente Puigdemont por encima de Junqueras mantenga la mayoría absoluta en el Parlament, aunque, no lleguen al 48% del electorado.

En un ambiente altamente polarizado, con la aplicación del artículo 155 de la Constitución, con candidatos o bien fugados o bien en prisión preventiva, las elecciones que convocó Mariano Rajoy han demostrado que Cataluña está firmemente dividida en dos bloques y que apenas hay espacio para posiciones intermedias, como indican el mal resultado de Catalunya en Comú y el crecimiento, menor de lo esperado, del PSC. Mención al margen merece el pésimo resultado del PP, casi irrelevante en Cataluna, superado por una CUP que también ha recibido un varapalo pero imprescindible para que el independentismo alcance los 68 escaños que dan la mayoría absoluta.

La mayoría independentista no debe empañar el logro de Arrimadas ni, a su vez, el fracaso de Xavier García Albiol. Ciudadanos capitalizó la aplicación del artículo 155 y prácticamente ha borrado del mapa político catalán al PP. Ganó las elecciones en votos y en escaños y se convierte en el primer partido con un discurso eminentemente español que vence en unas elecciones autonómicas en Cataluña. Del 21-D quedan dos mensajes. El primero, que el bloque independentista es una realidad que no va a desaparecer por decreto y al que no se puede combatir solo en los tribunales. El segundo es que la mayoría independentista no puede repetir el mismo error de gobernar contra la mitad de los catalanes y situar las instituciones fuera de la legalidad constitucional y estatuaria. No son mayoritarios y ninguno de sus tres partidos ha sido capaz de ganar las elecciones. Su ventaja sobre el bloque contrario a la sedición se ha estrechado respecto el 2015.