Diputado del PSOE al Congreso por Badajoz

La codicia humana no tiene límites y a veces uno tiene la tentación de pensar que la condición humana no tiene arreglo. El drama que el naufragio del Prestige ha provocado, es muy parecido a una larga saga de sucesos anteriores con consecuencias similares. Pérdida de puestos de trabajo por años, incluso décadas, deterioro de los ecosistemas, caída general de la actividad económica en amplias comarcas y un larguísimo etcétera de males. Y sin embargo estas catástrofes que sorprenden a gobiernos y ciudadanos no sólo son probables sino que están aseguradas. Y la larga secuencia de sucesos semejantes, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras, lo confirman.

Pero no nos llamemos a engaño, el desastre del Prestige es un íntimo familiar del drama de las vacas locas , pariente próximo de la deforestación de la selva brasileña, de la contaminación atmosférica, de los vertidos incontrolados a naves y ríos de productos que ponen en peligro la propia existencia de los mismos, etcétera.

Sin duda que una de las bases principales del progreso humano está en los avances tecnológicos y científicos, pero tampoco tiene que caber ninguna duda que los riesgos se incrementan cuanto más importantes y profundos son estos avances, y no prever los riesgos es tan estúpido como suicida. Y si esto es así, que lo es, cabe la pregunta de ¿por qué no se hace? Desgraciadamente, la respuesta es también sencilla. El motivo de no hacerlo está en la codicia por ganar más dinero. Las empresas quieren maximizar sus beneficios y buscar legislaciones que amparen sus actuaciones, a veces incluso su impunidad. Los gobiernos en sus presupuestos priorizan otras necesidades, muchas veces más relacionadas con el ejercicio del mantenimiento del poder que con el bienestar en profundidad de los ciudadanos, y desgraciadamente a veces se pliegan a los poderes económicos, porque ya se sabe que "poderoso caballero es don dinero". Y los ciudadanos, ¿qué hacemos?, pues también nos volvemos egoístas e insolidarios, pensando en claves de yo y como mucho mi próximo entorno, y "ande yo caliente y ríase la gente".

Esta pérdida de valores alimentada por algunos medios de comunicación fuertemente alienantes, en las que se acostumbra a la gente a ver pasivamente y no pensar activamente, conduce a unas sociedades hedonistas, que tan sólo reaccionan cuando el drama se evidencia. Tuvieron que morir personas para que se prohibiera el DDT; tuvieron que morir personas para que se prohibieran las harinas animales en los piensos; ¿tendrá que morir alguien para que compremos los remolcadores y utillaje técnico necesario para paliar catástrofes como la del Prestige ? Y si es mejor prevenir que curar, impídase que al menos en las 200 millas de soberanía económica los barcos que surquen sus aguas, cualquier clase de barco, reúnan unas razonables condiciones de seguridad.

Por otro lado, como españoles, nos debe doler la escasez de medios técnicos y humanos habidos en este caso concreto, en donde se ha tenido que recurrir a remolcadores holandeses y barcos franceses para controlar la situación. Es muy difícil de entender que la adquisición de tales medios no haya sido una prioridad presupuestaria.

De los imponderables naturales o no que producen las catástrofes, los gobiernos no son responsables, pero de la prevención nacional de las mismas sí, y, por supuesto, del conjunto de medidas a poner en marcha para paliarlas también.