TStigue bajando la inversión, sigue bajando el consumo. Los motores del sistema, parados. Es lógico que bajen también los precios de bienes y servicios. Y del dinero. O sea, de las hipotecas, que es tal vez la única buena noticia entre tantas noticias desalentadoras.

Son los números de la crisis. Apenas sirven para recrearnos en la morbosa descripción de los síntomas o, en su caso, para practicar el tiro al blanco contra el Gobierno. Pero el diagnóstico no cambia. Las coordenadas siguen siendo las mismas: un contexto económico mundial en fase depresiva y una profunda crisis de confianza en las instituciones del sistema de libre mercado.

La integración de la economía española en esas coordenadas deja un escasísimo margen de maniobra a nuestras autoridades. Naturalmente que hay elementos endógenos, propios, no causados por las hipotecas basura de EEUU, la quiebra de grandes instituciones financieras internacionales o, en general, las malas prácticas de estos últimos años. Son los consabidos fallos de nuestro modelo de crecimiento en estos últimos años. A saber: peso excesivo de la construcción, rigidez del mercado laboral, falta de competitividad, escaso peso de las nuevas tecnologías en el sistema, una reforma fiscal pendiente, etc.

Pero ninguno de esos elementos nacionales, solos o combinados, son causa de la parte de crisis internacional que nos está amargando la vida. Por tanto, una eficaz actuación sobre todos y cada uno de ellos, por muy diligente que fuera no serviría para cambiar el signo de la crisis, si el cambio no se produce a escala mundial. Dígase por derecho: de la crisis económica nacional saldremos cuando se salga de la crisis internacional.

Y mientras tanto, eso sí, podemos entretenernos con debates de menor cuantía sobre el voluntarismo de Zapatero o los efectos de los planes del Gobierno.