Nos vamos de cacería a Extremadura» escuchaba servidora en uno de los múltiples reductos españoles con vinos y tapas que alberga Bruselas, esa capital europea que tanto influye en nuestras vidas sin que nos demos cuenta y no tanto por cobijar al traidor catalán.

Oía esas palabras mientras esperaba la copa de vino tinto con el pincho de tortilla correspondiente y giraba la cabeza ya consciente de lo que me iba a encontrar.

Y no me equivocaba. El chico que hablaba encajaba con todos los estereotipos que me imaginaba. ¿Prejuicios? Sí, queden reconocidos de antemano. Pero ese no es el tema.

Gracias a la parsimonia del camarero pude captar otros trazos de la conversación, en la que el cazador, madrileño, detallaba lo pronto que llegaban a Extremadura --porque ya se sabe que a la región algunos la conocen y nombran como a un todo, para qué aprenderse más nombres-- en coche.

Ahí estaba la clave. El coche. La autovía. Madrid-A5. En nada te plantas allí, en la dehesa, en la finca. Inevitablemente me sacudieron imágenes de Los Santos Inocentes, que el colectivo Milana bonita tan magistralmente ha sabido recuperar en los últimos meses. Porque claro eso del automóvil propio funciona para los cazadores madrileños, como el chico del bar.

No funciona para los estudiantes, los trabajadores emigrados, los de ayer y los de hoy, los que van haciendo las interminables rutas del bus, con sus paraditas allá en Mérida, en Trujillo, en Navalmoral de la Mata, Móstoles o Alcorcón. Sin coche no queda elección.

Por eso y porque en la región se mueve, al menos todavía, algo más que las monterías hay que patalear. Alzar la voz. Insistir hasta que de puros pesados se nos escuche.

Por la injusticia de estar arrinconados entre un Gobierno central que nos ignora, sin importar su color, y unas autoridades locales que no han querido o no han sabido luchar con uñas y dientes por un derecho que obedece a la justicia y a la razón.

Es desolador y trágico ponerse de frente ante un mapa nacional ferroviario tan injusto. Porque nuestra tierra es más que un coto de caza, merecemos más. Mucho más.