Licenciado en Filología

Estar de caza en este país es más un estado mental que una actividad deportiva; es una actitud que lleva a alejarse de lo que obliga para ocuparse de lo que distrae. Si el desastre del Prestige se debió en parte a la ocupación cinegética de nuestros gobernantes, en una ibérico abandono de la república por la escopeta nacional, ahora se insiste en alejarse de la Galicia alquitranada abriendo una nueva línea de tiro que mejora la pieza y relega el desastre al olvido: ahora toca delincuentes. Un acierto: éste es un ganado adecuado para encelar al personal y hacer que la gente embista y caliente la sangre. Ese puesto de acecho es ideal para tener el gatillo preparado, lograr el estruendo y la humareda suficiente que vele la realidad.Pero cuando la puerta de la cárcel tenga siete llaves, las ventanas siete rejas, los muros hayan sido levantados siete metros más y los delincuentes castigados setenta veces siete, quién será la próxima pieza que distraiga al personal de otro aciago despiste gubernamental? ¿Puede la conciencia nacional ahormarse a un estado policíaco y retributivo que nos regrese a los tiempos de los delitos y la penas de Beccaria?

Este pueblo no se tortura por la seguridad, ni busca un líder autoritario que patrulle, con la mano en la cartuchera, el rancho; ni ha olvidado que está en un estado democrático que nivela seguridad y libertad, que sabe que la atrocidad de las penas es inútil y perniciosa, que éstas han de ser proporcionales a los delitos y que han de ser las mismas para todos, algo que una campaña de recuperación de imagen pretende olvidar.La historia sigue siendo maestra: a una sociedad más primitiva, penas más crueles, como la mutilación y la pena de muerte y a una sociedad más evolucionada, políticas preventivas y de reinserción. Vean y elijan, porque el miedo, como dice la estadística, y a pesar de los ladridos de la jauría, tampoco guarda la viña.