Desde que nos hemos convertido en lectores de titulares, no damos abasto.

Antes, hojeábamos el periódico, y si nos parecía que la noticia merecía la pena, leíamos hasta el final, dejándonos atrapar por la tela de araña del buen periodista.

Entonces, enseñábamos a nuestros alumnos que un buen texto informativo contestaba a las seis preguntas clave: qué, quién, cómo, cuándo, dónde y por qué, y hablábamos de la pirámide invertida, y todos esos rasgos que prácticamente han desaparecido.

Ahora, criaturas de la noche digital, salimos a la caza de titulares en internet, como quien colecciona pokemon o cambia cromos, esa otra cosa tan antigua que ya no hacen ni los niños.

Pulpo enorme escapa por un agujero pequeño. Cómo conseguir abdominales perfectos en quince días. Diez claves para educar a tus hijos. Atentado en Estambul. Diez víctimas.

Y, cuando llegamos abajo, ya nos creemos informados de lo que ha pasado en el mundo, aunque mezclemos las noticias y no vayamos más allá de los titulares. Paula y Bustamente se separan para conmoción mundial y las negritas que anuncian tamaña catástrofe conviven con el Brexit o Trump, noticias que afectan al corazón al fin y al cabo.

Inmersos en lo que creemos urgente, saltamos de noticia a noticia, de periódico a periódico, para desembocar en el telediario, esa página de sucesos, deporte e información meteorológica.

Cae la tarde, y los cazadores de titulares respiramos satisfechos con nuestro botín. Puede que no hayamos leído más que los titulares, pero para qué perder el tiempo con tanta letra si lo hemos entendido a la primera.

No sabemos distinguir información de opinión, análisis de panegírico, pero qué más da.

En las cavernas donde nos hemos encerrado, a salvo del peligro, masticamos las negritas, contemplamos la colección que hemos creado, y dejamos la huella de nuestras manos en las rocas, como señal y muestra de que no hemos cambiado nada, pero nada de nada, desde entonces.