Hubo un tiempo en que se señalaba a la cara como espejo del alma.

Últimamente, no hace falta ni explorar el rostro de la gente para escrutar sus entrañas, porque, con buscar sus perfiles, avatares y comentarios en las redes sociales es más que suficiente. Y es que, con esto de que ahora todo el mundo puede esparcir sus ocurrencias y quebrantos a los cuatro vientos, y sin mucho esfuerzo, la gente no se corta un pelo, y deja, a menudo, que le salga «todo lo que lleva dentro», que diría la folclórica.

La suma de un conjunto de factores, como la ausencia de filtros, el ritmo vertiginoso de las nuevas tecnologías, y las posibilidades de mantener la identidad velada, hace que las redes, a veces, parezcan más un géiser de podredumbre que un punto de encuentro y comunicación.

Esta misma semana, en que la sociedad civilizada aprovechaba la celebración del Día de la Mujer para señalar que aún existen flagrantes desigualdades entre hombres y mujeres en muchos ámbitos de la vida, la cantante extremeña, Soraya Arnelas, tenía que soportar como decenas de personas le daban ‘lecciones sobre la maternidad’, a través de la red Instagram, por el mero hecho de haber salido a cenar con su pareja días después de dar a luz.

Que, en nuestro tiempo, sigan produciéndose comentarios como los que, decenas de hombres y mujeres, le dedicaron a la artista extremeña, da un poco de grima, y deja claro que aún queda mucho por hacer en el terreno de la igualdad.

Porque, en pleno siglo XXI, nadie debería de atreverse a dispensar carnets de buenas o malas madres, ni tampoco a juzgar y condenar a ninguna mujer por el modo en que decida vivir su maternidad u organizar la vida de su familia.

Las críticas a Soraya por esta cena, y no a su pareja (que es el padre de la criatura), desnudan el machismo de quien las escribió.

Y la mala fe con que cierta gente se aproximó al asunto, aún sin manifestarse, denota el aburrimiento del personal, y la vigencia de ese vicio --tan español-- de sacudirse los traumas propios metiéndose en la vida de los demás.