En 1917 Rusia vivió dos revoluciones. La primera, en febrero, acabó con cuatro siglos de gobierno imperial personificado en los zares de la dinastía de los Romanov. La segunda, de la que ahora se conmemora el centenario, llevó a los bolcheviques al poder. Los diez días que estremecieron el mundo, en palabras del cronista John Reed, llevaron a la Unión Soviética nacida de aquella revolución marxista-leninista a siete décadas de totalitarismo. La caída del muro de Berlín en 1989 marcó el fin de aquel régimen y de la propia URSS dos años después. Con motivo del centenario de la revolución, unos manifestantes coreaban en San Petersburgo consignas contra el zar. Para aquellos jóvenes de la oposición y para muchos otros, dentro y fuera de Rusia, el zar es Vladímir Putin, el hombre que permanece en el poder desde 1999. Llegó al Kremlin como el salvador de un país que se desintegraba y erigiéndose como el único representante de una autoridad que se dirige al pueblo sin intermediarios. Quienes le han criticado o se han enfrentado han desaparecido de la escena, algunos para siempre y de forma violenta, como fue el caso de la periodista Anna Politkovskaya, el agente Alexander Litvinenko, el opositor Boris Nemtsov o el magnate Boris Berezovski, entre muchos otros. Tras años de putinismo, el futuro es un gran interrogante.