De la Real Academia de Extremadura

En la historia de España el debate siempre abierto oscila entre corte y aldea. En la época de Lope de Vega el Alcalde de Zalamea representó la exaltación de lo lugareño, del localismo, y hubo escritores como Góngora que se mosquearon con el éxito de público del dramaturgo. Los comuneros de Castilla fueron rebeldes contra la monarquía centralizadora.

En la España del XXI el centralismo no aniquilará nunca el sano localismo. Los fueros se pueden derogar, pero la costumbre continúa en estado latente durante muchísimo tiempo. El obstáculo natural para eliminarlo es la geografía y la historia de España. La geografía refleja un relieve y sus secciones no son homogéneas. Los habitantes de la Península Ibérica están condicionados por la zona de la piel de toro donde les ha tocado vivir. Los pobladores de un territorio muestran sus diferencias y no pueden ser homogeneizados por ningún tipo de centralismo. Sencillamente es ir contra natura.

El escolar puede observar que el terrícola de la llanura para trasladarse consume menos energías que el montañés que trepa riscos.

Los grandes centros de una comunidad nunca tendrán las mismas necesidades que las alquerías y pueblinos que la integran. No cabe duda que una región plural, con abundantes localismos enriquecedores, es más rica y hermosa que una región uniforme y monocorde.

El localismo lingüístico espontáneo, es más natural que el academicismo engolado y altanero.

Dato curioso en la historia de la humanidad: numerosos localismos se han transformado en universalismos, el ejemplo más claro es el proceso de la elaboración del cava, iniciado en una minúscula región, nos hace brindar a todos la noche de las uvas.

En el orden del pensamiento, los localismos también siempre se han convertido en ideas universales: empiezan en la mente de un individuo y luego llenan páginas de enciclopedias.