La dificultad de alcanzar una mínima estabilidad política en la Autoridad Nacional Palestina (ANP) hacía presagiar una nueva espiral de violencia entre Israel y los palestinos, con asesinatos selectivos de una parte y atentados suicidas con decenas de muertos de otra. Encima, Ariel Sharon ha dado un paso más hacia una catástrofe todavía mayor al ordenar la expulsión de Yasir Arafat, a quien, por otra parte, Israel mantiene confinado en el complejo de la Mukata desde diciembre del 2001.

El presidente palestino merece ser acusado de muchas cosas, entre ellas la de encabezar un régimen corrupto. Pero Israel no puede ignorar que, le guste o no, Arafat es el legítimo representante de los palestinos. Si lo desplaza por la fuerza o lo elimina, estallará una terrible oleada de venganzas y protestas en todo el mundo musulmán. Y eso le da miedo a EEUU, el gran valedor de Israel, que ya vive una pesadilla por Irak. Por ello, Washington le pide a Sharon que no dé ese trágico paso. Pero EEUU no puede limitarse a condenar verbalmente la orden de expulsión. Si realmente quiere gobernar el planeta, debe actuar, debe lograr que Israel entre en una dinámica menos agresiva y más posibilista respecto a los palestinos.