La guerra de Irak ha dado este fin de semana un nuevo giro, seguramente decisivo. Después de unos días en los que parecía que las tropas de Estados Unidos y Gran Bretaña tenían graves dificultades para progresar por supuestos problemas de abastecimiento y de mal cálculo de los efectivos necesarios para el ataque terrestre, el pasado viernes se produjo la toma del aeropuerto de Bagdad, a la que siguió, el sábado, la primera incursión aliada en la capital. Finalmente, ayer se anunció que los americanos controlan todos los accesos a la ciudad. Pese a que hay que tomar con cautela las informaciones que facilitan ambos bandos, parece que la superioridad tecnológica de las tropas invasoras ha terminado por imponerse. Falta ahora saber si al cerco sobre Bagdad seguirá una lucha casa por casa, que seguramente tendrá un altísimo coste en vidas de civiles y de militares, o bien la exhibición de poderío de los norteamericanos y británicos acabará por desmoronar al régimen de un Sadam que de momento parece dispuesto a inmolar a lo que queda de su Ejército. En ese segundo caso, esta guerra --hemos de repetirlo, ilegal-- acabará pronto para dar paso al temible espectáculo de propaganda de los vencedores.