Supieron ganar unos, y otros en general están sabiendo perder. El cierre momentáneo de la crisis en el PSOE nacional suscitada por el enfrentamiento casi sangriento de Pedro Sánchez y Susana Díaz proporciona episodios optimistas como la promoción del presidente de la Junta y secretario regional de los socialistas, Fernández Vara, a la presidencia del Comité Territorial del PSOE, sin grandes funciones ejecutivas pero de gran significado político.

Vara ya fue escogido por su partido a principios de año para tratar de acercar posturas con el Gobierno y las comunidades autónomas del PP, preparando la cumbre de presidentes regionales que se celebró en el Senado, y que él coordinó en los prolegómenos con la vicepresidenta de Rajoy, Soraya Sáenz.

Esto prueba que su talante moderado -para lo bueno, y para lo malo-- es útil, también ahora en el momento en que los socialistas tienen que redefinir su política ‘federal’ y retratarse de nuevo en cuestiones como, en primer término el empecinamiento del presidente catalán y aliados, y algún día lo habrán de hacer también para negociar la financiación autonómica.

Vara se ha colocado, al suceder en ese Comité de Política Territorial a la andaluza Susana Díaz, bastante trasquilada en su primera intentona nacional, y lo que le puede marcar en el futuro, en el papel del barón por excelencia, el que un equilibrio político casi increíble pasa de apoyar a Díaz a ser ‘brazo derecho’ de Pedro Sánchez en la definición de uno de los dos elementos que el de Olivenza siempre ha considerado clave: qué partido quieren para sí los socialistas, y qué España proyectan.

Las reacciones a su promoción a ese papel, entre los candidatos pretendidos a la secretaría general del PSOE Extremadura, demuestran que no hay un bloque de sanchistas contra los susanistas que representó Vara, y que las expectativas de Monago de repetir sillón presidencial en 2019 vuelven a frenarse ante un líder muy criticado por su falta de dureza, o por carecer de la suficiente red de información interna en el partido socialista, pero que vuelve a dejar a muchos con la boca abierta por la flexibilidad de su trayectoria.

¿Flexibilidad decimos? ¿Sería necesaria la flexibilidad de horarios en estas fechas últimas de calendario escolar que nos pillan con la primera gran ola de calor del verano? Algunos sindicatos han pedido la reducción del período lectivo, habitualmente de nueve a dos, quitándole los últimos ciento veinte minutos para que los alumnos salgan a las doce, con lo cual se acabaría la mayor parte del trabajo propiamente dicho del docente. Todos estamos contra la peligrosidad de temperaturas infernales en aulas sin aire acondicionado, pero no he oído a nadie proponer la movilidad del horario, adelantando la hora de entrada a clase para evitar las de más calor, a las ocho por ejemplo.

Y es que sí hemos escuchado otras veces sin embargo la reclamación de facilidades para compaginar horario laboral de los padres con el escolar, y la consiguiente apertura de aulas matinales a las siete y media. Ni siquiera la Consejería de Educación se ha planteado, me dicen, adelantar la apertura para no tener que reducir una actividad escolar que se nutre de recursos públicos, en un estudio en curso, añaden, para que el próximo curso en estos días abrasadores los centros puedan cerrar a la una. ¿Por qué reducción y no agilidad en la flexibilidad? No es que no se haga, es que ni siquiera nadie lo plantea.

De dinero y servicio público va también la protesta que este domingo anuncia en Mérida una plataforma de trabajadores de ambulancias de Extremadura en defensa del sector (TAEDS), que denuncia la «baja temeraria» hecha por el nuevo adjudicatario provisional, y exige a la Junta un Plan de viabilidad económica y de gestión a esa empresa. Esto no ha terminado.