Cuando James Naismith se obsesionó con conseguir una actividad deportiva de interior que sirviera a sus muchachos en los meses del crudo invierno de Massachussetts, llegó a sentirse bloqueado. Con el gimnasio como recinto cerrado, también se encerraban limitaciones de tipo práctico. Sin embargo, cuando escribió, casi como un autómata, «no podrán correr con el balón», supo qué había dado con el germen de lo que buscaba.

Así que Naismith perfiló unas reglas que supusieron el nacimiento de uno de los deportes más extendidos en la actualidad, el baloncesto. Había que llevarlo a la práctica, claro. Y cuando pensó en el objetivo a alcanzar con el balón pidió al encargado de mantenimiento que le diera un par de cajas de madera, de medio metro en cada lado. Éste, poco sorprendido por la petición pero conocedor de no poder cumplir con ella, replicó que de ese tipo no había allí no había nada parecido. Pero contaba con unos cestos de melocotones. Y se los enseñó el profesor; «Naismith abrió los ojos en cuanto los tuvo a la vista. No eran más que unos cestos, los mismos de siempre. Y sin embargo creía estar viéndolos por primera vez en su vida (…) ¡Son perfectos!».

De ese modo, narra Gonzalo Vázquez el nacimiento del baloncesto en su magnífica joya de pequeñas grandes historias sobre la NBA. Una de esas lecturas, agradecidas, que el verano permite, «recuperando», como si en los meses del estío laboral que ya nos deja nos enfrentásemos a un examen imposible y ante nuestro propio sentido del tiempo. Cuando oí otra historia del verano, me retrotrajo esto inmediatamente a la memoria.

El «fenómeno» Manual Bartual ha superado las estrechas paredes de su lugar de nacimiento, Twitter, para convertirse en lo que llamamos ahora «viral». Pocos han sido los medios que no han tocado, aún sea tangencialmente, el ficticio relato del periodista. Menos han sido los críticos que se han resistido a hacer un análisis literario, a menudo negativos, o de su origen online, a menudo presos de la excitación de la novedad. Me interesan más otros aspectos que el de la repercusión.

Eso sí, si esa fue la primera finalidad, el objetivo está cumplido y superado con creces. Personalmente, el relato de intriga-ficción de Bartual me ha interesado poco. Claro, estar en la red te obliga al menos a curiosear. Pasé por allí, pero simplemente no me hizo gracia.

La «novela» por (cortas) entregas de los dos Manueles ni es nueva ni es original. La simplicidad y falta de pretensión del autor juegan a su favor. No creo que estuviera en su mente algo más que el mero entretenimiento y el mismo carácter cuasi efímero de la red ayudó. También, su aparición en un agosto ávido de novedades y la simpatía de un relato en el que reconocemos con sonrisa cómplice las costuras de la narración.

Ni nueva ni original. Un relato construido en 140 caracteres es lo mismo que decir por entregas. Y tenemos notables ejemplos de este tipo de narración, que favorece el crecimiento de la sensación de inquietud y curiosidad en los parones finales de cada capítulo, generando la ansiedad y la antelación del siguiente. En épocas en la que estos relatos eran habituales, Conan Doyle reinó, y más recientemente, Stephen King ha usado un formato que encaja como guante a sus relatos (algún medio ha trazado la comparación con Bartual).

Quedaría como original el medio, pero este tipo de narraciones en las redes ya existen. Hay no radica la esencia de su conquista. Lo que en mi opinión ha sido la llave del fulminante éxito ha sido la interacción. Bartual recibía de forma inmediata reacciones a cada paso de su relato, que respondía o no en función de las necesidades de la historia. Pero satisfacían al lector, que entraba entusiasmado en el juego y ayudaban a la construcción del relato.

La interacción ha sido la pieza mágica. Como cuando críos, el lector se sentía inmerso en un «elige tu propia aventura», incluso más inmediato y reconocible. Desde el minuto cero, todo el mundo sabe que estamos ante un engaño, pero uno en que se entra agradecido porque se sabe parte de él. Aquellos primeros lectores y seguidores se sentían, con legitimidad digital y pionera, parte del éxito y labradores de la historia. No extraña que famosos como Casillas o Piqué hayan sido parte ufanos del juego. Entretenimiento e interacción. Si lo piensan, partimos del «yo» consciente.

Y todo estaba ahí, pero ahora ya lo ven como cestos de melocotones. Que funcionarán perfectas como canastas, pensó Naismith.

* Abogado. Especialista en Finanzas.