P or supuesto, lamento la muerte de Chacón y no juzgo sus intenciones. Pero tapar sus graves errores políticos es una hipocresía que nos sigue dañando, y ahora de modo muy especial, a todos. Porque si fue la primera mujer ministra de Defensa, eso se debió, hoy lo sabemos, al estar embarazada, servir para la foto; como otras ministras de Zapatero empezaron vistiendo de Vogue, ser mujeres florero, y terminaron, como De la Vega, quien, por impedir aplicar la laicidad de Estado que exige nuestra Constitución, recibió un singular agradecimiento por parte del cardenal Rouco, es decir, de quienes más han combatido en España contra la emancipación femenina.

Más aún. Ante el problema más grave hoy en España, el de Cataluña, Chacón, que «descubrió» sus orígenes andaluces cuando le convino, se quitó de en medio cuando tenía que actuar, abandonando a quienes la hicieron parlamentaria y yéndose a Estados Unidos.

LA FE DE LOS HOMBRES

Y el verbo se hizo imagen

Jacinto Morcillo García

Badajoz

«Hoy que con los hombres voy / Viendo a Jesús padecer, / Interrogándome estoy / ¿Somos los hombres de hoy / Aquellos niños de ayer?» (J. Mª Gabriel y Galán)

La conocida frase: «Vale más una imagen que mil palabras» cobra particular vigor en nuestra actual cultura basada en lo icónico hasta tal extremo que llega a mermar e incluso a anular el deseo y la capacidad de enriquecimiento por otro cauce tradicional como ha sido la lectura. Sorprende oír a profesionales confesar sin rubor que ni han leído ni sienten la necesidad de leer un tratado, una novela o un ensayo fuera del campo propio de su especialidad.

Este dramático «analfabetismo» cultural se hace trágico en el campo de la fe. El elemental y difuso bagaje recibido en el ámbito familiar y/o escolar no resiste el impetuoso oleaje de eslóganes que caracteriza a esta sociedad desnortada y banal en la que el cristiano de buena fe ha de moverse. De ella, con genial intuición, afirmaba Kierkegaard en su diario: «La nave la controla ya el cocinero de a bordo y lo que transmite el megáfono del comandante no es la ruta, sino lo que comeremos mañana, el menú». Hoy, tiene el creyente la imperiosa necesidad de soplar sobre los rescoldos recibidos si quiere mantener viva la llama de su fe. Una posible vía de acceso es la imagen hecha arte que en estos próximos días de Semana Santa llenará nuestras calles y plazas. Bien entendida, esta «puesta en escena» puede ser una puerta de entrada al mundo del espíritu siempre que, para no quedarnos en la superficie, no olvidemos la advertencia de Antonio Machado en su poema La saeta.

A lo largo de su dilatada historia, la comunidad creyente ( iglesia) ha recurrido a la imagen como medio de ilustrar el Credo de sus fieles. Ya en el siglo VIII, san Juan Damasceno afirmaba: «Lo que es un libro para los que saben leer, es una imagen para los que no leen. Lo que se enseña con palabras al oído, lo enseña una imagen a los ojos. Las imágenes son el catecismo de los que no leen».

El arte, como la fe, puede transformarse en una «herida» que nos impacte y estremezca indicando con su dedo una salida hacia lo divino. El gran desafío del artista «es la capacidad de arrebatar del cielo del espíritu sus tesoros y revestirlos de palabras, colores, formas, accesibilidad» (Pablo VI). «La obra del artista --decía Paul Klee-- no consiste en representar lo visible, sino introducirnos en lo invisible».

Pero tanto para el mundo del arte --en cualquiera de sus manifestaciones-- como para el del espíritu, necesitamos tiempo y capacidad de asombro, dos elementos escasos en esta sociedad que corre a no sabe dónde. El mundo infantil suele abundar en ellos. De ahí la acertada interrogación de Gabriel y Galán en La pedrada, oportuna reflexión para estos próximos días de descanso.