El régimen opresivo y totalitario de Corea del Norte, dirigido por el imprevisible heredero de una dinastía comunista, practica el chantaje al anunciar su retirada inmediata del Tratado de No Proliferación Nuclear de 1970. Ante esta escalada meticulosa, la alarma se extiende y desestabiliza una de las fronteras más peligrosas que existe en el planeta. Pero un ataque militar occidental contra Corea del Norte resulta altamente improbable porque la represalia inmediata llegaría a Seúl, a 60 kilómetros de la frontera, y pondría en el punto de mira a los 37.000 soldados norteamericanos allí destacados.

Ante un panorama tan complejo, empieza a cundir la molesta impresión de que EEUU no sabe qué hacer con el amado líder norcoreano. Bush sitúa a Kim Jong-il en uno de los pilares del eje del mal , pero esa apreciación moral, respaldada por todos, no puede excusar la tremenda confusión y la incoherencia estratégica de la superpotencia única frente a Corea e Irak. Tras simplificar el mundo hasta la caricatura, ahora los halcones de Washington vacilan al afrontar el reto norcoreano y no saben cómo contrarrestar la alarma de sus mejores aliados. Ese no es el liderazgo que el mundo espera.