Se opine lo que se opine sobre la llamada ley del velo, que prohíbe los signos religiosos ostensibles en la escuela en Francia, el secuestro, tortura y humillación de dos periodistas franceses es un chantaje inadmisible al que sólo cabe responder con la firmeza, solidaridad y reprobación con que lo han hecho el Gobierno, los partidos y las autoridades religiosas franceses. Para París no había otra respuesta democrática, ni mejor, que mantener la vigencia de la ley del velo y conseguir una movilización sin precedentes del mundo árabe para salvar a los rehenes tomados por los fanáticos islamistas.

Para los verdugos que registran de manera sádica los crímenes --ayer fueron asesinados 12 nepalís en Irak--, lo relevante no es la nacionalidad de las víctimas, sino su condición de occidentales o heraldos de la modernización. Así acreditan las tesis más radicales sobre la guerra global, el choque de civilizaciones exacerbado desde el 11-S. La respuesta a esa extorsión ha de ser una entereza sin fisuras, pero para ello es necesario que Occidente supere las divergencias en cuanto al terrorismo, sus causas y la mejor manera de combatirlo. Incluso en Israel y Rusia, donde tres suicidas completaron ayer una trágica jornada negra.