Dramaturgo

En Badajoz tenemos chapapote, un chapapote pegado a la costa del Rivillas, formado por casas en ruinas, por huellas de otro mar que llegó del cielo y arrasó muchas cosas allá por 1997, un chapapote que no tiene voluntarios ni voluntades para eliminarlo, que muerde un costado de esta ciudad impidiendo su desarrollo, su promoción como ciudad hermosa, y, sobre todo, que sigue siendo una herida abierta en muchas personas que vivieron y sufrieron aquella tragedia en carne viva.

En Badajoz no hay percebes (aunque sí mucho besugo) pero la carencia de marisco no quita para que se derrumben esas casas, para que desaparezca ese chapapote de escombros, para que alguien haga algo de una vez. Aquí también vinieron Cascos y Aznar, y se agradecen esos gestos, pero se agradecerían mucho más las paladas, los trabajos quitando ruinas y la desaparición de ese horizonte de horror. En Badajoz hay chapapotes y entre ellos, sobresaliendo más que el de los ladrillos rotos, está el chapapote mental, ese chapapote que tapona los cerebros, que impide soluciones coordinadas entre la Junta de Extremadura y el Ayuntamiento, que cuando parece eliminado, cuando creemos que se ha superado, vuelve a aparecer bajo otra capa de argumentos, como lo hace el chapapote de fuel en las playas gallegas. En Badajoz hay chapapote mental y ninguno estamos libres de sus manchas. No hay responsables (aunque alguno parece fabricado con chapapote) porque nadie trajo la riada como nadie trajo el Prestige, pero este barrio del Cerro de Reyes, barrio de la ciudad, con el mismo derecho a tener fuentes y jardines como otros, sigue contaminado por el chapapote de la estulticia, de la falta de diálogo y de la demagogia.