Casi con la misma efervescencia que los medios de comunicación nacionales llevan haciéndose eco de la desaparición de la joven Diana Quer desde hace cuatro semanas, se multiplican los comentarios en las páginas webs y en las redes sociales criticando, lamentando o preguntando por qué este caso en particular recibe tan inmensa cobertura mediática mientras que otras desapariciones pasan de puntillas o son prácticamente ignoradas. Ahí están, paralelos en el tiempo, los casos de Manuela Chavero, la mujer desaparecida en Monesterio un mes antes, o Iván Durán, un chico de 30 años al que su familia de Baiona (Pontevedra) busca desde el pasado 25 de agosto, entre otros -cada año se denuncian más de 10.000 desapariciones en el país-.

Es el ‘síndrome de la mujer blanca desaparecida’, que se resume en el hecho de que un caso que presenta a una chica joven, blanca y de buena familia va a recibir mucha más atención por parte de los medios que las desapariciones de personas de otro género, raza o condición social. Este concepto es de sobra conocido en los Estados Unidos, país donde se originó, y añade también otras características tan particulares como la belleza, que aportan a la víctima los rasgos de una ‘doncella’ que necesita ser rescatada, una trama que atrapa al instante el corazón de la audiencia. Sin pretender frivolizar, se trata de la reproducción de la clásica historia de la princesa que está en apuros. Las personas -los desaparecidos- que no encajan en el perfil de princesas tampoco pueden ser pues protagonistas de este tipo de dramas.

Si se toma este síndrome por cierto, sorprende cuando menos comprobar lo poco que ha evolucionado nuestro imaginario colectivo. Cómo se siguen manteniendo los mismos tópicos y narrativas desde la época de los juglares hasta nuestra era de modernidad y medios, en la que con historias como la de Diana llenan minutos televisivos, muchas veces sin aportar nada nuevo, del mismo que las desapariciones de personas mayores o varones casi que no cuentan.

Es bastante difícil medir si la atención de los medios de comunicación beneficia o más bien perjudica la resolución de cada caso. Y más aún predecir cuándo la narrativa mediática dejará atrás los tópicos, se ajustará a la diversidad de la sociedad y muestre la misma empatía o al menos un poco más de equilibrio con todos, ya se llamen Diana Quer, Manuela Chavero o Iván Durán.