N 1o por esperado hay que pasar por alto el dato del crecimiento de la economía china en el segundo trimestre de este año, un inesperado 11,3%, que se suma a una serie de cifras similares desde hace una década. Es un dato que confirma el dinamismo de las economías asiáticas. Lo malo es que la exuberancia china, alimentada en buena parte por las inversiones de las grandes industrias occidentales en este país, pierde el entusiasmo de quienes lo ponían como ejemplo indiscutible de país emergente en cuanto se contemplan los peajes que paga el gigante asiático --el cuarto mundial por PIB según el Banco Mundial-- para mantener este crecimiento.

China es el segundo país más contaminante del planeta. Su voracidad de consumo de materias primas la ha convertido en una de los principales países en desarrollo importadores de petróleo, cemento, acero, níquel y aluminio. En contraste, China también es un país capaz de dedicar a inversión el 45% de su PIB. Esta cifra, inusualmente alta en países emergentes, sólo se ve superada por la capacidad de ahorro de los chinos, que es del 55% de sus ingresos. Los tres datos dan una pista sólida sobre la poca sostenibilidad del modelo chino, que por su peso global amenaza al conjunto de las economías mundiales: producir mucho, barato y con gran consumo de energía no es la mejor manera de promover el crecimiento sostenible. Tal como crece China, es una tribulación mundial.