El balance final de la celebración de los Juegos Olímpicos (JJOO) de Pekín presenta un saldo complejo. Internamente, a priori, no cabe duda del éxito. Tanto el medallero como los elogios a la organización técnica del evento y a las facilidades otorgadas a la comunidad deportiva, llenan de orgullo a los responsables, cuya capacidad de gestión ha logrado hacer olvidar los muchos inconvenientes y temores previos por temas tan dispares como la seguridad, el clima, la calidad de la comida o la contaminación.

En lo político, por otra parte, se ha dado una nueva vuelta de tuerca a una cohesión excluyente, nucleada en torno a la exaltación del nacionalismo han, la nacionalidad mayoritaria en el país, que, a la inversa, refuerza la hostilidad de aquellas nacionalidades minoritarias que contemplan su alejamiento de dicho escenario como un mecanismo automático de preservación de su identidad. Los problemas surgidos con los tibetanos y uigures advierten de la fragilidad de la arquitectura institucional china, basada en una estructura aparentemente autonómica que se traduce en supuestos porcentajes generosos de representación pero que no llevan aparejado poder efectivo. Cuanto más se estimule ese orgullo nacionalista, mayores podrán ser las distancias que separen a la nacionalidad han de las demás.

En lo socioeconómico, el aluvión de información deportiva ha pasado a un segundo plano tensiones de diverso tipo, derivadas tanto del repunte de la inflación, que oficialmente parece haber descendido en julio al 6,3%, una moderación que contrasta con el incremento mundial del precio de los alimentos y de las materias primas, explicada por una intervención gubernamental (más subvenciones y mayores controles) que podría inhibirse en los próximos meses, circunstancia que favorecería un repunte de las dificultades. El Gobierno de Wen Jiabao ha prometido fuertes inversiones en el medio rural y en gasto social, así como una mayor eficiencia en la acción pública, incidiendo especialmente en la pulcritud de sus funcionarios, pero la enormidad del foso que separa a las capas más favorecidas por la reforma y el resto, anula, por el momento, cualquier iniciativa redistributiva. El incremento de las desigualdades y los desequilibrios, así como de la desconfianza cívica respecto a la capacidad del PCCh para hacer efectivo el impulso social prometido, constituyen razones de peso para explicar el avance de los descontentos.

En octubre próximo se reunirá el comité central del PCCh en su sesión de otoño. Coincidiendo con el encuentro, los taikonautas chinos llevarán a cabo su primer paseo espacial, lo que servirá para demostrar ante la opinión pública que el PCCh sigue gozando del "favor del cielo" y que su política, pese a las sombras, sigue siendo la más adecuada para lograr el renacimiento del país, ese objetivo que ha llenado de orgullo a sus ciudadanos al ver su aventajada posición en el medallero olímpico.

Esta China posolímpica, más segura de sí misma, ha podido demostrar a todos sus crecientes capacidades. Ese empeño va a proseguir en los años venideros, concediendo especial prioridad al cambio en el modelo de desarrollo, con especial énfasis en lo científico-tecnológico y en la defensa, con el propósito de asegurar la cohesión global de un proyecto cuyo trazo más distintivo sigue siendo la afirmación de la soberanía nacional.

La ceremonia inaugural ha querido ser una expresión de garantía de que dicho proceso se conducirá por cauces esencialmente confucianos. El PCCh, sin renunciar del todo a su inmediato pasado ni a su ideología, lidera hoy la rehabilitación del confucianismo, una nueva síntesis con la que pretende justificar la búsqueda de un modelo político autóctono, eludiendo las críticas que denuncian su inmovilismo y proporcionar argumentos a quienes necesitan aportes de previsibilidad de su política. La democratización seguirá el curso que dicten las circunstancias propias, a su ritmo y con los contenidos y manifestaciones que a juicio del PCCh no cuestionen su primacía básica.

Los JJOOhan abierto una tregua interna, frágil y sólida a la vez, salpicada de conflictos puntuales, pero estable en su balance global. En el 2010 se llevará a cabo la Exposición Universal en Shanghái, a dos años de producirse un nuevo e importantísimo relevo en la cúpula china. De evento en evento, manteniendo el ritmo del crecimiento, demostrando su capacidad para garantizar la cohesión (del partido y del país) y para afrontar las turbulencias que asoman en el horizonte, el PCCh confía en poder mantener el actual nivel de control de esta gran transición. Serán años clave para decidir el ritmo y orientación de la reforma política anunciada en el 17º congreso del PCCh, celebrado en el otoño último.

China quiere ser comprendida. Los JJOO han demostrado que esto no es posible sin una evolución que humanice su crecimiento y despeje las dudas sobre su comportamiento cuando llegue a ser la primera potencia económica del globo. Los JJOO han demostrado su buen conocimiento de unos gobiernos que, a la primera de cambio, se desdicen de sus pomposas y altisonantes críticas, pero igualmente que China precisa de gestos, audacia y atrevimiento sinceros para ganarse el favor de buena parte de la opinión pública mundial. Esa medalla le falta por ganar.

* Director del Observatorio de la

Política China (Casa Asia-IGADI)