China se ha convertido en el tercer país en poner a un astronauta en órbita utilizando tecnología propia, cuatro décadas después que la antigua URSS y Estados Unidos. Los últimos éxitos del gigante asiático en el campo de la tecnología espacial están siendo observados con inquietud por sus vecinos y por EEUU. Parte de esta preocupación se debe a que, pese a las proclamas a favor del uso pacífico del espacio, el Gobierno chino nunca ha perdido de vista sus aplicaciones militares.

El gran salto que ha dado China no es el despertar del dragón. Hace ya años que utiliza la investigación espacial para impulsar su progreso tecnológico, económico, militar e incluso psicológico. Su ambicioso plan de acción para la primera década del siglo XXI incluye sistemas propios de observación de la Tierra, de telecomunicaciones y de GPS, mejorar el sistema de lanzaderas y llegar a la Luna.

¿Y Europa? El programa Ariane tiene dificultades, los recortes presupuestarios retrasan los proyectos científicos y se sigue manteniendo una estrategia errática porque los intereses de los estados pesan mucho más que los de la Unión. China tiene el programa espacial propio de una gran potencia mundial en ciernes. Europa, no.