Tras renunciar a sus colonias, Europa --presionada por Estados Unidos-- instauró, al igual que los norteamericanos, un sistema económicamente más provechoso y sin responsabilidades políticas. En lugar de exportar colonizadores a Africa y al Nuevo Continente, como antes, los países europeos importaron a trabajadores de todo el mundo que su modelo socioeconómico convirtió en ciudadanos prácticamente como los demás; así, los gobiernos tuvieron que reconocer que no eran mera mano de obra (como en Alemania), sino familias enteras al servicio del nuevo sistema europeo. En España, que llegó más tarde a todo este proceso, la inmigración fue más rápida que en los demás países, y todavía llamamos inmigrantes a quienes hace lustros e incluso décadas que están aquí, habiendo llegado ya a la edad adulta y productiva muchos hijos suyos nacidos en España. Estos son, pues, tan españoles como los españoles de toda la vida, a pesar de su tez cobriza, amarilla o negra. Este es un hecho que gran parte de la población, incluidas las autoridades, se resiste a reconocer, debido a la rapidez del proceso, la costumbre e intereses y temores exagerados. De ahí que haya pasado inadvertido un fenómeno significativo: en la reciente movilización por los derechos de los recién llegados hubo una notable presencia de manifestantes chinos, cuya juventud y dominio del idioma revelan que han nacido en España y que han roto la tradicional invisibilidad de los chinos. A través de dicho acto, demostraron también su interés en reclamar la plena integración ciudadana que les corresponde.

Javier Cobo Antón **

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