Ya sabemos su nombre, su edad, su nacionalidad. Aparte de los fríos datos del registro, se nos ha ofrecido también el perfil de la personalidad compleja y convulsa del autor de la masacre en la Universidad de Virginia, un collage psicológico elaborado por los testimonios de sus compañeros y sus profesores. Era Cho un joven solitario, depresivo, violento, errático, huraño, que consideraba la Universidad plagada de "niños ricos, libertinos y charlatanes mentirosos" que merecían desaparecer, tal y como dejó escrito es una nota redactada antes de asesinar y de morir, que concluía con un "me habéis obligado a hacer esto".

En cualquier caso, no encontraremos explicación a tanta barbarie mirando sólo a la mente del asesino. Un país que tiene en circulación más de 200 millones de armas en manos de particulares es un excelente caldo de cultivo en el que personajes como Cho pueden hacer realidad sus sueños más perversos. Sólo hablamos de ello cuando se producen masacres, pero en EE.UU. Cada año mueren 30.000 personas tiroteadas, un número de víctimas diez veces mayor a las que se cobró el atentado contra las Torres Gemelas, por ejemplo.

Cada vez que se abre en aquel país el debate sobre la libre posesión de armas de fuego se saca a relucir la Constitución, que legitima esta posibilidad en su segunda enmienda. Resulta absurdo que permanezca vigente un precepto así, concebido en un tiempo en el que el naciente estado emprendía la conquista del Oeste y en el que, por estas latitudes, la gente aún se retaba a duelo. Sólo la incapacidad de enfrentarse a la potente industria de las armas y a los grupos de presión que la apoyan explica la cobardía que impide enmendar la enmienda. Y es paradójico que el país que se considera legitimado para restringir la posesión de armas a otros países sea incapaz de imponer restricciones a sus propios ciudadanos.

Comprendo que no es fácil encontrar las palabras adecuadas para un duelo. Pero ayer el presidente Bush fue especialmente inoportuno cuando dijo que era imposible entender la violencia que ha llevado a morir a personas cuyo único delito era el de "estar en el lugar inadecuado en el momento inoportuno". Pues no, presidente. Las víctimas estaban donde debían y en el momento en que debían. El que sobraba allí era Cho Seung-hui. Sobraba él y sobraban las dos armas con las que se llevó por delante a 32 inocentes. Pistolas que adquirió con más facilidad que los antidepresivos con los que sobrellevaba su mente desequilibrada. Por la segunda enmienda...

*Periodista