Ninguna de las cifras que van a aparecer durante estas semanas sobre el balance del 2008 va a tener la rotundidad de la que han difundido los servicios públicos de empleo. En un año, el saldo de altas y bajas en el registro del Inem de nuestro país es de un millón de parados más, con lo que la cifra total de este cómputo oficial supera ya los tres millones de personas dispuestas y capaces para trabajar pero que no lo consiguen.

Puede haber muchas maneras de medir el estado de la economía de un país, pero por más que se formen nuevos indicadores, tarde o temprano se impone la exigencia de que la piedra de toque de cualquiera de esos modelos sea saber si se crea o no empleo duradero. Y en España no está siendo así, se repartan como se quiera las responsabilidades. Las cifras también sirven de aviso a quienes dirigen la política económica que, coincidiendo con la publicación del dato del paro de diciembre --que solo en un mes añadió 140.000 demandantes más a la serie de caídas pronunciadas iniciada en verano, más de 4.000 de ellos extremeños-- la Unión Europea ha difundido sus números de paro hasta noviembre. Tanto en el conjunto de los Veintisiete como entre los países que comparten el euro, el desempleo está alrededor del 7,8% de la población activa. España aporta la cifra más abultada en esta estadística, con el 13,4% de parados.

Esta anomalía tiene una explicación inmediata: el crecimiento de los últimos años se ha basado en el boom de la construcción y el turismo, cuyo peso en el conjunto de la actividad económica española es excesivo en comparación con los países más desarrollados de la UE, en los que el 40% de su PIB proviene de la industria. Aquí, la aportación del sector fabril es solo del 16% del PIB. Por consiguiente, la precariedad que va asociada a construcción y servicios explica que en pocos meses España encabece las listas de paro registrado en Europa.

El desempleo se ha cebado también con Extremadura, que alcanza la cifra lamentablemente histórica de los casi 100.000 parados, que se terminarán alcanzando en la realidad en cuestión de semanas, puesto que, como vaticina la consejera Lucio, el paro seguirá subiendo en los próximos meses. En este contexto, poco consuela saber que la destrucción de empleo en la región (más de 21.000 puestos durante el 2008, de los que 9.000 lo han sido en la construcción) es porcentualmente menor que en la mayoría de las comunidades, porque es un lenitivo insuficiente para enfrentarse a un fenómeno que, en su profunda raíz, está fuera del alcance de las posibilidades de actuación de los responsables políticos y sociales.

Otro dato de la estadística laboral que no debe pasar desapercibido es que la caída de la afiliación a la Seguridad Social sigue a pasos tan galopantes como su auge hasta hace un año. Hasta llegar a la contradicción: la afiliación cae con más intensidad de la que crece el número de parados. Todo apunta a que, con esta tendencia, podemos estar ante otro fenómeno que algunos creían erradicado, la economía sumergida, que tiene el atractivo aparente de que sin impuestos todo es más barato, pero que ignora que se trabaja sin ninguna cobertura pública.