Extremadura ha superado el umbral que la Unión Europea marca para clasificar a las regiones en una determinada posición dentro de sus prioridades financieras. Según ha publicado el INE, nuestra región sitúa su Producto Interior Bruto (PIB) per cápita, ligeramente por encima de la media comunitaria. Esta noticia en mi opinión puede ser buena o puede ser mala, en función de quien valore el dato y de cuál sea el objetivo estratégico al que se destine el uso de estas cifras. Si se trata de medir el progreso de una región como Extremadura --considerada hasta hace poco en el grupo de las regiones desfavorecidas-- a priori, parece que los datos generan confianza y optimismo, al menos en términos globales. Otra cuestión diferente sería analizar este avance en profundidad y en los diferentes territorios, para diagnosticar el nivel de convergencia dentro de la región. En este sentido yo me pregunto: ¿Las zonas rurales y las urbanas crecen en la misma proporción? ¿Esta mejora del PIB es homogénea o por el contrario supone la existencia de islotes dentro de esta región que permanecen peligrosamente en un estado anterior? Como ciudadano que vive en el medio rural esto es lo que realmente me preocupa, pensando sobre todo en aquellas políticas de aproximación entre regiones europeas que hasta ahora nos han permitido respirar y mantener en pie unas estructuras socioeconómicas frágiles dentro de un mundo globalizado.

En este sentido, resulta crucial para el desarrollo regional, tener en cuenta estos pequeños matices que puedan estar distorsionado --no digo intencionadamente-- la realidad y por tanto, algunas referencias para la aplicación de las políticas concretas en los territorios, otorgándole un excesivo protagonismo a algunos indicadores relacionados con la economía y descuidando otros, que algunos han denominado los intangibles y que se refieren a componentes humanos y sociales, que en ocasiones son realmente determinantes para la evolución y sostenibilidad de los territorios.