TDturante los últimos plenos de la Asamblea de Extremadura hemos podido escuchar un baile de cifras, según el diputado del partido que ocupe la tribuna. Así a modo de ejemplo, las estadísticas del desempleo se anuncian (y estamos hablando de números, es decir de presuntos datos objetivos) sin pudor con diferencias asombrosas, de acuerdo a quién las pronuncie. Algo parecido se vuelve a escenificar en las ruedas de prensa.

El espectador asombrado se cuestiona si no existe ninguna responsabilidad pública por faltar a la verdad. Si sería utópico buscar algún modo de penalización al que engañe a sabiendas. Salvo que como se les suele escuchar a algunos "es que no me han entendido o me han malinterpretado".

El caso es que, también es cierto que dependemos de cómo se utilicen las fuentes. Qué partes se seleccionen. Qué partes deliberadamente se oculten. Pero no lo es menos que se podría arbitrar algún tipo de institución independiente que velara porque estas situaciones, que despistan al ciudadano, no se produjeran.

De esta forma, periódicamente, se haría un seguimiento hacia declaraciones que previamente hayan sido cuestionadas. Evidentemente esto supone romper con muchas rutinas. Sin embargo, tanto que pregonamos la necesidad de transparencia en todos los ámbitos, no estaría de más que predicáramos con el ejemplo.

Ya va siendo hora de que sea algo habitual asistir a la petición de disculpas por parte de un político. Hagamos lo posible porque "lo siento, me he equivocado. No volverá a ocurrir" no sea un espejismo o un lugar común de bromas.

En más de una ocasión hemos hecho alusión al teatro que se produce o al frontón de muchos parlamentos.

Sueltan sus peroratas, en multitud de ocasiones con argumentarios inverosímiles para los que no son sus afectos, simulan en otras desencuentros, hablan en la mayoría de los casos para la pared (o en su defecto para las cámaras).

Todo ello sin entrar en profundidad a otra cuestión criticada hasta la saciedad: las imágenes de hemiciclos vacíos, de señorías corriendo para marcharse, de móviles, y tabletas ocupando el protagonismo que deberían tener el sosegado silencio del que escucha, la atención del que se prepara para la respuesta o la concentración que exige el orador.

Evitemos que sigan diciendo que algo huele a podrido.